miércoles, 25 de diciembre de 2013

Cómo ve Pagola la Pasión

Se puede resumir así: Pagola considera ahistórica TODA la parte de la comparecencia de Jesús ante el Sanedrín, rechaza que fuera condenado por blasfemo, omite por completo las negaciones de Pedro, considera legendario el episodio de Barrabás, rechaza la comparecencia de Jesús ante Herodes, considera los "crucifícale" invención antisemita, duda del episodio de Simón de Cirene, duda que Jesús fuera crucificado con dos ladrones (posiblemente porque le conviene que haya muchos crucificados y que así el cadáver de Jesús sea echado a una fosa común con mucha gente), rechaza las burlas de los judíos a Jesús, rechaza el episodio de las mujeres junto a la cruz (algo sorprendente pues la presencia de esas mujeres avalaría su visión de un Jesús "feminista"), y rechaza TODAS y CADA UNA de las Siete Palabras (salvo, extrañamente, el "Dios mío, Dios mío..."). Sobre el pequeño resto de historia teje sus propias ideas, opiniones y construcciones ideológicas, apoyándose una y otra vez en la opinión de los expertos y sólo en ella, pontificando constantemente, y rechazando tajantemente todo lo que huela a muerte expiatoria.

Entrando en detalles, es interesante observar el título: "Mártir del Reino de Dios". O sea, Pagola ve la muerte de Jesús como la de alguien que muere luchando por sus ideales. Como una especie de Ché Guevara, más o menos. Ya desde el principio rechaza todo lo que huela a expiación o muerte sacrificial, algo que desarrollará en este capítulo y el siguiente (y que ya ha dejado entrever en el anterior). Contradiciéndose, dice primero que Jesús fue considerado peligroso y luego que ni las autoridades judías ni las romanas vieron en él al cabecilla de un grupo de insurrectos. ¿Por qué entonces le ejecutaron? Pagola intentará demostrar desesperadamente que por sus ideas, pero el problema es que ni los judíos ni los romanos ejecutaban a nadie por sus ideas. Pretende que se quiso ejecutar al líder para aterrorizar a sus seguidores, pero nunca nos aclara por qué no se procedió contra ellos, que era lo que los romanos hacían siempre (p.e. en la revuelta de Judas ben Ezequías a poco de morir Herodes, que acabó con miles de crucificados). Todo con tal de no admitir lo que los Evangelios nos transmiten claramente: fue condenado por blasfemo y luego se manipuló y forzó a Pilato para que ejecutara la condena haciéndole pasar por un rebelde.

Centrándose en los Evangelios, comienza su tarea de destrucción negándoles independencia e insinuando que no podemos tomárnoslos al pie de la letra. Los falsea diciendo (lo hará una y otra vez) que los discípulos habían huido a Galilea con lo que no pudieron ser testigos de nada. Insinúa que no había testigos de lo que narran (ni se le pasa por la cabeza la posibilidad de que los sacerdotes que se convirtieron, de los cuales nos habla Hechos, pudieran contar algo. O Claudia la mujer de Pilato. O Juana, la mujer del mayordomo de Herodes, de quien nos habla Lucas. O Nicodemo o José de Arimatea, que eran sanedritas...las posibilidades son muchísimas). Insinúa que las primeras comunidades cristianas inventaron a placer los detalles (sin dar argumento alguno). Contrapone sus relatos con el resto de los Evangelios indicando que no se parecen, pero no explica por qué eso implica que no debemos aceptarlos. Repite la vieja tesis de que se inventaron episodios para acomodarlos a las Escrituras (también sin dar pruebas, y sin explicar por qué, puestos a inventar, no hicieron que los que se burlaran de Jesús le "mesaran la barba" para así ajustarlo a Isaías, o por qué no hicieron que perros rodearan la Cruz para así ajustarlo al Salmo 22). Extrañamente, pretende que los modernos saben más que los antiguos de modo que pueden discernir qué es inventado y qué no, y repite como loro la vieja tesis de que la tradición va disculpando a los romanos y culpando de todo a los judíos (dos objeciones: 1) no es seguro que el relato joánico sea el más tardío, 2)no es cierto que Juan sea el que más culpe a los judíos, como podrá comprobar cualquiera que lo lea sin anteojeras ideológicas). Culpa a los relatos de la Pasión de todo el antisemitismo posterior (como si los griegos no fueran ya ferozmente antisemitas, o como si hubiera sido un cristiano y no el emperador Calígula el que quiso erigir una estatua de éste en el Templo, o como si los gobernadores de Judea fueran cristianos, etc.). Y dice que están llenos de episodios legendarios (considera como tales la amputación de la oreja de Malco, los sueños de la mujer de Pilato o la compra del Hacéldama), sin dar la menor argumentación de por qué lo son.

Pretende (ya lo hacía en capítulos anteriores) que es el incidente del Templo el que precipita los acontecimientos (No es imposible pero es indemostrable, eso por no hablar de que ni siquiera es seguro que ocurriera pocos días antes). Pretende que el relato de Juan es invención de la comunidad cristiana (él no dice "invención" sino "composición") entre otras cosas por la presencia de la "cohorte" (como si el Sanedrín no pudiera solicitar auxilio policial para detener a Jesús), y no sólo eso, también considera que el detalle del beso es inventado (sin dar argumentos, claro). Considera legendario el detalle del joven que huye desnudo (sin dar argumentos), posiblemente porque es un claro candidato a testigo presencial, algo que le estorba, miente diciendo que los discípulos huyen a Galilea y extrañamente dice que eso no supone que perdieran la fe en Jesús, también sin dar ningún argumento (en realidad dice eso para apoyar sus peculiares tesis de cómo surgió la "fe" en la Resurrección).

Como ya he dicho antes, niega toda historicidad a la comparecencia de Jesús ante el Sanedrín. Usa el debilísimo argumento de que contradice lo que contiene la Mishna acerca de los procedimientos legales (problema 1: la Mishna es tardía, problema 2: la escribieron fariseos cuando el Sanedrín en tiempos de Jesús lo controlaban los saduceos). Pero la verdadera causa de su rechazo es que no acepta que Jesús se proclamara Mesías e Hijo de Dios ni aquí ni en ninguna otra parte (tampoco explica por qué en ningún momento, sólo se refugia tras los "expertos"). En vez de eso, opina que lo único que preocupaba son las repercusiones políticas (que es posible que preocuparan, pero sólo con eso no bastaba, era necesario conseguir una condena y que la gente la apoyara). 

Ni que decir tiene que rechaza la condena por blasfemia porque según él nunca se proclamó Dios (claro que antes rechazó la historicidad de todos los relatos evangélicos en que sí lo hace, p.e. aquellos en que perdona pecados). Contradiciéndose, dice que no se le condenó por su pretensión de ser el Mesías esperado (digo "contradiciéndose" porque ese título sí tenía resonancias políticas, de modo que bien podría haber dicho que quienes lo condenaron le acusaron falsamente de eso), pues dice que ni la afirma ni la niega (falso, la afirma aquí y p.e. en el encuentro con la Samaritana, que Pagola ni siquiera menciona). Enredándose aún más dice que no se condenó por blasfemo a ningún pretendiente mesiánico (digo "enredándose" porque se le escapa la conclusión evidente: algo tuvo que hacer Jesús para que se le condenara por eso). 

Pretende que Marcos avala su tesis de que es el ataque al Templo lo que desencadena todo. Parece que Pagola no se lo haya leído, porque es evidente que el relato marcano a lo que alude implícitamente es a la frase que narra Juan: "Destruid el Templo y lo levantaré en tres días". Contradiciéndose (pues en un capítulo anterior dijo que su intervención en el Templo fue modesta) afirma que el ataque al Templo era un ataque al corazón del sistema. Pretende apoyarse en un episodio posterior en que el procurador Albino arrestó a otro Jesús que anunciaba la destrucción del Templo (pero omite cuidadosamente que a este otro Jesús le soltaron por loco). 

De la posterior comparecencia ante Pilato, Pagola pone en duda casi todo. Contradiciéndose, dice que para él el asunto del Templo no le interesaba cuando en otro sitio ha dicho que era un grave problema de orden público. Tras haber negado que el móvil de la condena por los judíos fuera religioso, ahora dice que los "profetas" que despiertan "extrañas expectativas" pueden ser peligrosos (pero nótese que los Evangelios no dicen que Pilato viera a Jesús como uno de esos). Pretende que a Pilato le preocupaba lo de "reino de Dios" (pero omite cuidadosamente el "mi reino no es de este mundo" que leemos en Juan). Afirma que le inquietaba la defensa que hace Jesús de los "oprimidos" por el Imperio (cosa que en los Evangelios no aparece por ninguna parte, p.e. nada dice de la esclavitud) y la (inventada por Pagola) insistencia en un cambio radical de la situación). Contradiciéndose otra vez dice que Jesús había desafiado públicamente al sistema del Templo (en otros capítulos ha dicho que Jesús no pretendía una reforma radical de la religión judía: es lo que tiene construir tu libro con cortas y pegas de lo que han dicho otros sin preocuparte por concordarlo). Tras negar la historicidad de la comparecencia ante Antipas, dice que Pilato consideró a Jesús lo bastante peligroso para hacerle desaparecer pero luego reconoce que "no se tocó a sus seguidores" (¿y cómo entonces se le consideró peligroso? Pagola nunca lo explica). 

Pagola pretende que los evangelios "exculpan" a Pilato y que esa exculpación "no es creíble". Que mi lector examine los relatos evangélicos y decida por sí mismo si lo exculpan o no. Ni que decir tiene que Pagola no explica por qué no es creíble esa inexistente "exculpación" (fuera de una vaga alusión a "estudios recientes"). Rechaza el episodio de Barrabás y, como ya he dicho, pretende que el "crucifícale" es invención de la propaganda cristiana (sin dar ninguna prueba ni argumento, con lo que esto roza la calumnia). 

Después de esto vuelve a las causas de la condena. Pretende que Jesús "estorba" pero sus explicaciones son lamentables. Lo ve todo en términos económico-sociales, y de ahí no pasa. Siempre al modo marxista, ve la religión de entonces como fruto de las estructuras sociales. Supuestamente, el mensaje de Jesús sacude de raíz ese "sistema". De las causas religiosas, ni palabra (de hecho, como ya comenté, rechaza como ahistórico todo lo que apunte en esa dirección).

¿Qué hace con la Crucifixión en sí? Si bien está bastante bien informado sobre cómo funcionaba, como ya dije rechaza casi todos los detalles concretos de los relatos evangélicos, porque le estorban para sus tesis. Repite la tesis de que esos detalles son inventados inspirándose en relatos del AT. Es verdad que dice que no todo ha sido inventado partiendo de esos relatos, pero da igual: lo considera casi todo ficticio.

Pretende meterse en la mente de Jesús, que según él oyó (él dice "escuchó", ni siquiera usa el lenguaje correctamente) la sentencia "aterrado". Rechaza las burlas de los judíos (que serían invención para hacerlo coincidir todo con el cántico del Siervo), pero extrañamente no las de los romanos (aunque insinúa que los detalles pudieron ser inventados, tal vez inspirándose en Filón, cuando el incidente que narra éste es bien distinto). Duda del episodio de Simón de Cirene, sin dar argumento algono (¿tal vez porque el hecho de que los destinatarios de Marcos conozcan a sus hijos convierte a este Simón en un candidato a testigo presencial, algo que incomoda a Pagola?). Como ya dije, mete dudas de contrabando sobre el hecho de que Jesús sea crucificado entre dos y sólo dos ladrones. 

Hecho esto, Pagola juega a psicólogo intentando imaginar qué pasaba por la cabeza de Jesús durante todo este tiempo. Pero una vez más mete la trituradora en los relatos evangélicos. Duda de la escena de Getsemaní (sin más argumento que el "así lo dicen los autores", como siempre). Mete de contrabando cosas en su oración (ese "quiero vivir") y hace que la actitud de Jesús sea la de un soldado que se resigna a morir en batalla y no la de alguien que prevé su muerte y hace de modo que sea cuando y como él ha planeado. Lo cual es de dudosa ortodoxia. Y al rechazar todo lo que implique sufrimiento expiatorio hace aparecer a Dios como un general despiadado que trata a Jesús como carne de cañón, mandándole a la muerte porque eso conviene a sus planes. 

Pero aún peor es su interpretación de por qué Jesús estaba así. Pretende que estaba afligido por tener que morir tan pronto y que para Él la muerte es la mayor desgracia. Insinúa que tal vez el Señor (él nunca le llama así y eso ya es muy significativo) pensara en lo ignominiosa que era la muerte en cruz. Más aún, da a entender que percibe su muerte como fracaso de su "proyecto" (otra palabra muy querida para Pagola). Pretende que Jesús se siente "abandonado" por el Padre, algo que quizá podría admitirse pero visto que Pagola niega tantas cosas esenciales de la doctrina católica (que Jesús esperaba su muerte, que daba a este un valor redentor, que con su muerte vencería a la muerte y cosas parecidas) suena a una "pérdida de fe" por parte de Jesús (Pagola cree que Jesús tenía fe, algo que no es técnicamente herético pero es peligroso por lo que implica de poner en duda la divinidad del Señor). Dice tajantemente: "¡Está solo!". 

Claro que los Evangelios dicen que Jesús NO estaba solo: había varias mujeres junto a la cruz y también el discípulo amado. Pero Pagola niega por las bravas que hubiera nadie. Todo es para él invención de los primeros cristianos, en particular el diálogo de Jesús con su Madre (¿tal vez porque este diálogo avala implícitamente la virginidad perpetua de María que Pagola niega?). Niega el diálogo con el Buen Ladrón, sólo porque en él se habla del Paraíso y miente por todo el morro diciendo que los primeros cristianos insertaron el "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" porque supuestamente es lo que todos pensaban (digo "miente" porque la crítica textual nos indica lo contrario: que en no pocos manuscritos se suprimió esa frase porque incomodaba). 

¿Y qué hay de Juan, el único relato evangélico que cita explícitamente el testigo en que se apoya? Evidentemente todo es invención por motivos teológicos (aunque Pagola no lo dice así). Lástima, porque el resumen de la teología que hay tras este relato es esencialmente admisible. Para Pagola no es compatible narrar lo que pasó con hacer teología con ello. Pero la doctrina católica sostiene que Dios también se revela a través de los acontecimientos. ¿Acaso Pagola no cree en la revelación? 

Curiosamente, Pagola acepta como histórico el "Dios mío, dios mío por qué me has abandonado", y eso que está tomado palabra por palabra de un salmo. ¿Por qué aquí Pagola no cree que los evangelistas lo pusieran en boca de Jesús por motivos teológicos? Él no nos lo explica, sólo dice que son las últimas palabras que pronuncia Jesús. No el "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu"  de Lucas(porque esa expresión de confianza no le cuadra con sus tesis) ni el "Consumatum est" de Juan. Para él "muere con una pregunta en los labios". Pero una vez más, y con esto termino, Pagola omite (siempre las omisiones) que el Salmo 22 se abre con ese versículo, pero se cierra con una expresión de confianza en Dios: "Así lo hará YHVH".
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En la próxima entrada: Así ve Pagola los días antes de la Pasión y las causas que a ella llevaron.



sábado, 21 de diciembre de 2013

Así ve Pagola la Resurrección

Pagola titula así su capítulo sobre la Resurrección del Señor: “Resucitado por Dios”. Mis lectores dirán que no ven nada raro en ello, y en principio tendrían razón. El problema está en que, tras la lectura del capítulo, llegamos a la conclusión de que  para Pagola la palabra “resurrección” tiene un sentido un tanto peculiar, que viene a ser éste: la “resurrección” no es lo que todos entendemos por resurrección, sino más bien esto otro: Dios avala todo lo que Jesús dijo e hizo, y los discípulos llegaron a esa conclusión tras un largo proceso y una serie de experiencias puramente subjetivas, de manera que lo que él representaba debía seguir vivo en los que creen en Él. No sólo eso, sino que, como veremos enseguida, para Pagola los relatos evangélicos de las apariciones no describen hechos que pasaran realmente sino que son una evocación poética y simbólica de ciertas experiencias subjetivas en las que creyeron percibir vivamente la presencia de Jesús, en tanto que los relatos del sepulcro vacío no quieren decir que el cuerpo de Jesús desapareciera realmente de un sepulcro que pudiera verse y tocarse sino que son un símbolo de que aunque Jesús muriera en la cruz, lo que Él representaba sigue vivo.
Veamos detenidamente cómo Pagola llega a esta interpretación. Que, es innecesario que lo diga, nada tiene que ver con lo que proclamamos cada domingo en el Credo (“resucitó al tercer día según las Escrituras”, dice el credo niceno, “al tercer día resucitó de entre los muertos”, dice el credo apostólico”), pues al proclamarlo estamos aceptando implícitamente que el sepulcro vacío es algo real, visible, tangible, y que las apariciones ocurrieron realmente. En esencia, lo que hace es llevar a cabo una reconstrucción ficticia del curso de los pensamientos y opiniones de los seguidores de Jesús (que en realidad son las propias ideas de Pagola puestas en la mente de dichos “seguidores” combinadas con citas mutiladas de Hechos y de las cartas paulinas, también veremos eso más detenidamente) durante los primeros tiempos de la Iglesia y a partir de esos pensamientos interpretar los relatos del sepulcro vacío y las apariciones.
Para Pagola, tras la muerte de Jesús los seguidores se hacían esta angustiosa pregunta: “¿No podrá ya vivir en comunión con Dios él que ha confiado totalmente en su bondad de Padre?”. Nótese que si los apóstoles ven vivo al Crucificado, comen con él, pueden oírle y tocarle, como nos narran los Evangelios y el libro de los Hechos, esa es una respuesta contundente a la pregunta. Pero Pagola no acepta esto, sino que para él fue esto lo que pasó: mediante la reflexión y tras una serie de experiencias subjetivas, los seguidores de Jesús lo reviven en sus mentes y sus corazones, interpretando que Dios le avala, le da la razón, le hace justicia. Pero ojo, Pagola no dará nunca esa respuesta de modo abierto, pues equivale a negar la resurrección. Veámoslo con más calma.
Señalemos para empezar que Pagola omite por todo el morro y sin ni siquiera mencionarlo el relato que leemos en Hechos de lo ocurrido el día de Pentecostés, que nos narra claramente cómo cincuenta días después de la Pascua los apóstoles, que tras la muerte de Jesús estaban desanimados, asustados y aterrorizados (dato que Pagola procura suavizar todo lo que puede), desautorizan públicamente al Sanedrín diciendo (por adoptar el lenguaje de Pagola) que Dios daba la razón y hacía justicia a un condenado por blasfemia al resucitarle de entre los muertos (pero ojo, Pagola, en el capítulo anterior, ha negado que Jesús fuera condenado por blasfemia). Pagola tampoco menciona el enfrentamiento entre el Sanedrín y los Doce que tan vivamente nos describe el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aquí como en otros lugares nuestro hombre tira a un lado todo aquello que aparece en los relatos neotestamentarios que no le cuadra con sus teorías. Además de esto, falsea los Evangelios al decir que los discípulos habían huido a Galilea (digo "falsea" porque los Evangelios dicen claramente que se quedaron en Jerusalén, pero Pagola ni se molesta en contradecir este detalle), tal vez porque la presencia de testigos presenciales de la sepultura del Señor es un estorbo para sus teorías y necesita alejarlos de allí todo lo que pueda, no sea que en su ficticia reconstrucción el Sanedrín pueda intervenir para desautorizar a los apóstoles mostrando el cadáver. Con todo esto, prepara la mente del lector para hacer más aceptable su respuesta de que “revivieron” a Jesús en sus corazones y sus mentes tras unas misteriosas experiencias subjetivas y un no menos misterioso “proceso”.
Después viene el siguiente hecho aceptado por Pagola: que tras un tiempo no determinado tras la Crucifixión (hago notar que el libro de los Hechos de los Apóstoles, insisto, dice que fue menos de dos meses después y que esa proclamación se hizo delante de las narices del Sanedrín), los Apóstoles proclaman que Jesús “está vivo” (resalto aquí que Pagola no dice “ha resucitado”, de modo que ese “está vivo” podría ser simbólico, metafórico). Pagola insiste en que los apóstoles tenían la convicción subjetiva de que Jesús estaba vivo porque Dios lo había resucitado, y que esa convicción era firmísima, y que la proclamaban a los cuatro vientos. Esto en principio es inobjetable, pero hago notar al lector incauto que Pagola no está diciendo que aquello que lo que los apóstoles proclamaban haya ocurrido realmente sino que los discípulos tenían una determinada “convicción” subjetiva de que Jesús había sido “resucitado” por Dios y que la proclamaban en voz alta. No aclara si lo que dicen se debe tomar en sentido literal (de hecho, Pagola opina que no, como iremos viendo)o simbólico y metafórico. Es decir, nuestro hombre sostiene que los discípulos decían: “tenemos la convicción subjetiva de que Jesús ha sido resucitado por Dios”, contradiciendo de plano lo que dice el relato neotestamentario que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles (que va más bien en esta dirección: "Jesús ha resucitado y nosotros le hemos visto vivo"). Pagola deja de momento sin explicar cómo nació esa “convicción” (de hecho, no lo explica nunca, solo dice vaguedades sobre “experiencias” y “procesos”) y luego, como veremos, intentará demostrar que fue a partir de esa convicción como aparecieron los relatos del sepulcro vacío y las apariciones. Es decir, invierte el orden que tan claramente nos muestran Evangelios y Hechos: primero viene el sepulcro vacío y las apariciones de Jesús, luego la fe en la resurrección, luego la proclamación abierta y la reflexión teológica.
Pagola, entonces, intenta describir el modo en que (según él) los discípulos formularon la fe en la “resurrección”, sin contestar aún, insisto, a la cuestión fundamental de si realmente Cristo resucitó en el sentido que todos le damos a esa palabra (luego veremos que para Pagola la respuesta a esta pregunta es “no”). Ese es otro paso en su tarea de quitarles todo valor a los relatos del sepulcro vacío y las apariciones (repito una vez más para que quede claro: según él, como he dicho antes y como veremos luego, tales relatos nacieron de la “fe” en la resurrección y no la fe en la resurrección de los hechos narrados en esos relatos). Sin entrar a desmenuzar detalladamente tales “fórmulas” tal como las imagina Pagola (eso extendería demasiado este análisis), anoto sin embargo una omisión capital (más omisiones, como se ve): en la versión que da de las “fórmulas” de fe, Pagola NUNCA incluye el “nosotros somos testigos” que una y otra vez dice Pedro, según nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, ni habla de la alusión de Pablo en la Primera Epístola a los Corintios a los testigos presenciales. Aquí como en otras ocasiones nuestro hombre mutila a gusto los textos neotestamentarios, quitando todo lo que le estorba (y aquí como antes ni siquiera se molesta en advertirlo al lector, de manera que, además, peca de deshonestidad profesional).
Para Pagola, se da una evolución en esas fórmulas de fe. Primero se hablaría de intervención de Dios, luego esa intervención iría desapareciendo de las fórmulas para centrar estas en Jesús y finalmente se identificaría la exaltación de Jesús con la resurrección, siempre según Pagola. No voy a analizar detalladamente todos los pasos que supuestamente se dieron en esa “evolución”, puesto que resultaría excesivamente fatigoso ir replicando paso a paso cada una de las afirmaciones de Pagola, así como ir señalando todos los casos en los que mutila (p.e., como ya dije antes, omitiendo toda alusión a testigos presenciales), deforma o tergiversa los textos neotestamentarios, de modo que sólo tocaré algunos puntos importantes.
Por ejemplo, que Pagola no dice que lo contenido en esas “fórmulas” se refiera a cosas que hayan ocurrido realmente. Sólo dice que eso es lo que interpretaban, pensaban y decían los discípulos. Eso le permitirá pasar más suavemente a su interpretación de la “idea” (el mismo término ya es significativo) de resurrección en ellas contenida. Que consistirá básicamente en esto: Dios avala lo que dice Jesús, “le da la razón”, y cuando habla de “arrancarlo al poder de la muerte” a lo que se refiere en realidad es a “Dios no dejará morir lo que Jesús representa, lo que dijo e hizo”. Señalo también que al identificar la “resurrección” de Jesús con su “exaltación”, Pagola se enreda de un modo tal que parece increíble que sea doctor en Teología. Sólo recordaré aquí que el Credo que recitamos en la misa dominical distingue clarísimamente el “resucitó” del “subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre” (pues eso es lo que quiere decir la exaltación de Jesús). Claro que por otra parte, tras identificar ser exaltado con resucitar, Pagola redefinirá el ser exaltado como “Dios le ha dado la razón” y “Dios le ha hecho justicia” (ni menciona el “está sentado a la derecha del Padre: otra omisión básica), como veremos más adelante. Otro modo de negar la resurrección sin negarla abiertamente. ¿Por qué Pagola insiste tanto en reconstruir las fórmulas de fe de la primitiva comunidad cristiana? Porque así tendrá espacio libre para interpretar los relatos del sepulcro vacío y las apariciones (que considera tardíos) como consecuencia de esa “fe” inicial de la comunidad cristiana. Implícitamente, Pagola está diciendo que lo contenido en esos relatos no describe hechos reales sino que debe interpretarse en un sentido simbólico y y figurado (símbolo de esa “fe” en la resurrección de la primitiva comunidad cristiana, se entiende).
Entonces Pagola sale al paso de una posible objeción contra interpretar la resurrección de modo simbólico, y es que los textos neotestamentarios dicen que la Resurrección tuvo lugar en un momento preciso (“al tercer día”), algo que daría a entender que es algo que ha ocurrido realmente. Un cristiano podría pensar que ese “resucitó al tercer día” simplemente indica la distancia temporal entre su muerte y su salida del sepulcro. Pero Pagola no piensa así. Para él ese “tercer día” no tiene ningún significado cronológico, pues según él “en el lenguaje bíblico, el “tercer día” significa el “día decisivo”, concluyendo que: “Los primeros cristianos creen que, para Jesús, ha llegado ya ese “tercer día” definitivo”. Frase vaga (aunque en parte cierta), que permite esquivar cómodamente lo que relatan los textos neotestamentarios de que al tercer día de la crucifixión varios amigos (y sobre todo, amigas) de Jesús primero advirtieron que su cuerpo había desaparecido del sepulcro y luego le vieron vivo de nuevo. Dice luego que según los primeros cristianos: “Él ha entrado en la salvación plena”, frase que confieso no entender, pero que resulta llamativa, porque Pagola, por algún motivo se resiste a decir lo que claramente figura en los Hechos y en el resto del NT: que los primeros cristianos pensaban que, resucitado, Jesús no moriría más. Y luego dice: “Nosotros [los cristianos] conocemos todavía días de prueba y sufrimiento, pero con la resurrección de Jesús ha amanecido el “tercer día””. Aquí está: Pagola admite que, para él, ese “resucitó al tercer día” es una afirmación que simboliza la nueva situación en que se encuentran los cristianos tras Su muerte. Curioso, por demás: si Jesús ha muerto y no ha resucitado, ¿cómo puede haber amanecido ese “tercer día”? Es verdad que Pagola conoce la objeción de investigadores serios, que dicen (acertadamente): “La expresión de la confesión cristiana significaría que Dios resucitó a Jesús no de una muerte aparente de uno o dos días, sino de una muerte real, después de tres días”, pero ojo, Pagola no dice que admita esta tesis, sólo la cita. Quizá le mandaron que añadiera esta frase para suavizar el contenido del capítulo. También nos recuerda que la gente de cultura griega se resistía a la idea de “resurrección”, cosa que es cierta, pero luego Pagola se va por las ramas y dice que los predicadores cristianos cambiaron el lenguaje que usaban (según él empezaron a decir “vivo” en vez de “resucitado”) para que la cosa fuera más aceptable, como si el problema fuera el lenguaje y no si la resurrección ocurrió de verdad (pues los griegos no habrían tenido ningún problema con la “resurrección” entendida al modo pagoliano pero sí lo tenían y muy gordo con una resurrección corporal). Añado también que la datación que hace del libro del Apocalipsis (final del reinado de Domiciano) que utiliza para avalar sus teorías no es ni mucho menos tan segura como pretende (no son pocos los especialistas que prefieren datarlo hacia el año 70).
Dicho esto, Pagola pasa a explicar qué querían decir, según él, los primeros cristianos cuando hablaban de “resurrección”. Pero aquí lo que nos va a ofrecer no son sino sus propias ideas, que intentará “colar” como provenientes de los primeros cristianos para que así no se note que con ellas se aparta de la fe de la Iglesia. Es verdad que al principio Pagola parece admitir que la resurrección es un hecho real, pero el problema radica en la peculiar interpretación que da de cuál es ese “hecho real”, que en realidad es que la resurrección no es real sino un símbolo de que lo que Jesús representa sigue vivo en sus seguidores (que habrían tenido una experiencia subjetiva de Jesús vivo en ellos o algo así), que Dios avala lo que Jesús dijo e hizo y que por todo ello sigue vivo en nosotros. Pues como ya he anticipado en los párrafos anteriores y como veremos también más adelante, Pagola piensa que los relatos del sepulcro vacío y las apariciones son el resultado de la creencia en la resurrección, no su fundamento. Es verdad también que parece admitir que esta resurrección no es un mero retorno a su vida terrena anterior, pero el problema es que con esto lo que hará más adelante será negar que se trate de una resurrección corporal. También parece admitir que la resurrección no es sólo la reanimación de un cadáver, pero el problema en su modo de ver las cosas es menos, no más (sería simplemente un “Jesús sigue vivo en sus apóstoles y en sus seguidores”). En ese sentido, contrapone (atinadamente esta vez) la descripción que hace el relato del evangelio según san Juan de la resurrección de Lázaro y el estado del sepulcro vacío tras la resurrección de Jesús, pero el problema es que (nunca me cansaré de señalarlo) Pagola no cree que el relato del sepulcro vacío hable de cosas que ocurrieran realmente. Añadamos también la peculiar distinción que hace Pagola entre uno y otro: “Lázaro vuelve a esta vida llena de esclavitudes y tinieblas. Jesús, por el contrario, entra en el país de la libertad y de la luz”. Nótese que no dice que Jesús entra en una nueva vida en la que ya no morirá jamás y ya no padecerá ni esclavitudes ni tinieblas, sino que “entra en el país de la libertad y la luz”, algo que se puede entender en sentido simbólico y figurado. Y si bien dice que la vida de Jesús es “Una vida liberada donde ya la muerte no tiene ningún poder sobre él”, la negación posterior de los relatos de las apariciones viene a arrojar dudas sobre lo que Pagola quiere decir.
En efecto: Pagola, en relación con esta última cuestión, afirma, misteriosamente, que: “los relatos evangélicos sobre las “apariciones” de Jesús resucitado pueden crear en nosotros cierta confusión”, lo que traducido al lenguaje corriente significa: no te equivoques, no debes tomarlos al pie de la letra, primer paso en el camino de negar que describan hechos reales. Les quita valor afirmando que están compuestos entre los años 70 y 90 (algo en lo que insistirá mucho), sin argumentar jamás esta datación (yo replico de una vez para siempre que no es PARA NADA seguro que los Evangelios se escribieran en fecha tan tardía). Niega rotundamente que los relatos evangélicos describan cosas que pasaron de verdad pero lo hace sibilinamente para que no se le note: “No pretenden ofrecernos información para que podamos reconstruir los hechos tal como sucedieron, a partir del tercer día después de la crucifixión”. Y después afirma explícitamente que deben interpretarse en sentido poético y simbólico: “Son “catequesis” deliciosas que evocan las primeras experiencias para ahondar más en la fe en Cristo resucitado y extraer importantes consecuencias para los creyentes”. Anoto para los lectores confundidos por la verborrea pagoliana que si bien es indiscutible que los relatos evangélicos pretenden ahondar la fe en Cristo y extraer consecuencias, y que tampoco son una reconstrucción cronológica y exacta de todo lo que pasó aquél inolvidable domingo 9 de abril del año 30 de nuestra era (la fecha más probable), eso no es incompatible con que hablen de lo que pasó realmente.
Pagola ahora sale al paso de otra posible objeción a sus tesis: “Según los evangelistas, Jesús puede ser visto y tocado, puede comer, subir al cielo hasta quedar ocultado por una nube”, lo que da a entender que estamos hablando de una resurrección corporal pues Jesús puede ser visto y tocado. Pero a esto Pagola responde que no podemos entender estos relatos de manera “material”. O sea, que no debemos creer que narran lo que realmente pasó. Después, Pagola, al analizar más detalladamente los relatos de las apariciones, dice en un sitio “Jesús ha regresado de nuevo a esta tierra para seguir con sus discípulos como en otros tiempos”, y en otro “Sin duda es Jesús, pero con una existencia nueva”. Afirma una cosa y la contraria en pocas líneas, de manera que nos deja envueltos en un mar de dudas. De este modo, la mente del incauto lector queda preparada para el siguiente ataque: Pagola va a darnos su explicación de esa “existencia nueva” (o más bien inexistencia, como veremos), que equivale a todos los efectos a negar la resurrección.
Pero fijémonos aquí en una cosa: Pagola no expone nunca su tesis de un modo claro y preciso como hago yo (o al menos lo intento) sino que la va dejando caer poco a poco para que cale bien en el ánimo del lector y no despierte recelos. Nos advierte que los evangelistas, al hablar de la resurrección, no están hablando sólo de una “inmortalidad del alma”, cosa que es verdad, pero luego descarrila cuando dice: “cuando hablan de “cuerpo” están pensando en la persona con todo su mundo de relaciones y vivencias”. Traducido al lenguaje corriente: el “cuerpo” del que hablan los relatos neotestamentarios no es más que un símbolo, no algo físico y real (con lo que casi tenemos reintroducida la vieja herejía docética). Más aún, Pagola insiste en que para los autores de los relatos neotestamentarios “es impensable imaginar a Jesús resucitado sin cuerpo”, con lo cual se delata: el presentar a Jesús con cuerpo parece ser simplemente algo que se han inventado los apóstoles (si no, ¿a qué viene eso de “imaginar”?) para hacer más digerible la doctrina de la resurrección (entendida al modo pagoliano, claro). ¿Y en qué se basa para ese peculiar concepto de “cuerpo”? Simplemente en lo que han dicho una lista de autores que nada dirán al no especialista. Por supuesto, nada de justificar por qué esos y no otros.
Quizá parezca que soy demasiado duro con Pagola. Pero no es así, pues en su siguiente afirmación dice que: “no están pensando en un cuerpo físico, de carne y hueso, sometido al poder de la muerte, sino en un “cuerpo glorioso” que recoge y da plenitud a su vida concreta desarrollada en este mundo”. Cosa que es verdad a medias. Cierto que (como se deduce de los Hechos de los Apóstoles) los primeros cristianos creen que este cuerpo glorioso no está ya sometido al poder de la muerte, pero por otra los Apóstoles atestiguan que al menos durante un tiempo era lo bastante físico como para ser visto y tocado. Es verdad que luego se le llamaría “cuerpo glorioso”, pero luego Pagola descarrila con la extraña e incomprensible frase que viene a continuación, al decir que ese “cuerpo glorioso” “recoge y da plenitud a su vida concreta desarrollada en este mundo”. ¿ Pagola cree que ese cuerpo es REAL, que durante los días siguientes a Su resurrección pudo VERSE y TOCARSE? Él no dice ni que sí ni que no, pero lo que viene después da a entender que no, que no lo cree, porque según él (aunque intente ampararse en san Pablo), ese “cuerpo” (las comillas son de Pagola, y son en sí muy significativas) “recoge y da plenitud a la totalidad de su vida terrena”. Traducido al lenguaje común: el “cuerpo” es un símbolo para indicar “toda la vida terrena de Jesús, todo lo que dijo e hizo”. No es un cuerpo real. Pero siendo así, Pagola está negando la resurrección corporal de Jesús.
Dicho esto, Pagola nos da un recital de mala teología (que no historia, por más que este libro se titule "aproximación histórica") acerca del “cuerpo glorioso” así entendido. En un principio pensé en desmenuzar lo que decía pero luego renuncié: tal es la maraña de sofismas, verdades a medias, omisiones y tergiversaciones en que se enreda. Eso por no hablar de que al negarse el elemento esencial (resurrección corporal de Jesús, de manera que los discípulos pueden verle y tocarle) todo lo demás queda viciado. Simplemente espigaré algunas frases representativas. Como ésta: “Cuando todo parece hundirse sin remedio en el absurdo de la muerte, Dios comienza una nueva creación”, con lo que da a entender que la “resurrección” no sería sino un símbolo ideado por los primeros cristianos para hablar de esa “nueva creación”. ¿Por qué no empezó por ahí? O esta otra: “La resurrección no pertenece ya a este mundo que nosotros podemos observar”, algo que da a entender que le horroriza la idea de que, como nos narran los Evangelios y como nos enseña el Catecismo, deje huellas observables en este mundo, como el sepulcro vacío, los lienzos vaciados, y las apariciones (a los que, nunca insistiré lo bastante, Pagola quita todo valor). El desagrado de Pagola por los hechos visibles y tangibles indica una peligrosa tendencia gnóstica. Como gnóstica es otra expresión: ”no es propiamente un “hecho histórico”, como tantos otros que suceden en el mundo y que podemos constatar y verificar, pero es un “hecho real” que ha sucedido realmente”. Ahora bien, no podemos constatarlo ni verificarlo, ¿qué quiere decir con que ha sucedido realmente? Pagola no nos lo aclara. Extrañamente, dice que para los primeros creyentes, la Resurrección “es el hecho más real, importante y decisivo que ha ocurrido para la historia humana, pues constituye su fundamento y su verdadera esperanza”. Lo cual es verdad, pero no entendido en el sentido que él le da, pues para un cristiano la resurrección no es una experiencia subjetiva que tuvieron los apóstoles (como pretende Pagola) sino algo muy real.
Claro que todo esto palidece al lado del destrozo que hace nuestro hombre de las enseñanzas de San Pablo, que mutila, tergiversa y deforma a placer. Una vez más, no entraré con detalle a analizar lo que dice, sino que espigaré algunas frases representativas. Por ejemplo, Pagola pretende que para San Pablo, Jesús “lleno de esa fuerza divina puede ser llamado “Señor””, como si todo fuera cosa de “fuerzas” y Jesús no fuera Dios. Pues no, a Jesús se le puede llamar Señor porque es Dios, y así lo dice San Pablo en infinidad de ocasiones. Punto. Pretende que para San Pablo “ha sido resucitado por la “gloria” de Dios, es decir, por esa fuerza creadora y salvadora en la que se revela lo grande que es”. Fijémonos que ahora ya no dice que lo resucitara Dios, dice que lo resucitó una misteriosa “fuerza creadora y salvadora”. Al hablar del “cuerpo glorioso”, lo define de este extraño modo: “personalidad rebosante de la fuerza gloriosa del mismo Dios” (el Catecismo de la Iglesia Católica lo describe, por el contrario, de este modo: “no está situado en el espacio ni en el tiempo pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra”. Pagola, obviamente, ni se preocupa por mencionarlo). Da esta peculiar definición de la expresión “cuerpo espiritual” que aparece en 1 Corintios, que sería aquél que está: “plenamente vivificado por el aliento vital y creador de Dios”, algo tan vago que puede significar cualquier cosa. Puede ser ortodoxa o no serlo. Y a juzgar por todo lo antedicho y por todo lo que viene luego, no lo es, porque puede entenderse como “Jesús vivo en su comunidad”. Claramente, Pagola está retorciendo los textos paulinos para acomodarlos a su modo de ver las cosas. Que es ésta: tras la muerte del Señor, los cristianos, guiados por una misteriosa “fuerza”, recrearon y reimaginaron a Jesús hasta convertirlo en un nuevo ser que es más “real” que el Jesús histórico y que vive en ellos.
No contento con esto, Pagola procede a triturar la enseñanza neotestamentaria sobre la resurrección universal (y que también proclamamos en el credo). Y la tritura omitiendo puntos fundamentales. Por ejemplo, si bien admite que: “Los primeros cristianos piensan que con esta intervención de Dios se inicia la resurrección final, la plenitud de la salvación”, luego omite cuidadosamente que esta salvación implica una destrucción de la Muerte. Admite que: “Él se nos ha anticipado a disfrutar de una plenitud que nos espera también a nosotros”, pero omite que esta plenitud significa que ya no volveremos a morir una vez que hayamos resucitado. Y si bien dice que esa resurrección “es el fundamento y la garantía de la resurrección de la humanidad y de la creación entera”, se omite que la resurrección REAL de Jesús es la que hace posible que 1)nosotros resucitemos algún día con nuestros cuerpos y 2) la gran renovación de la creación que se producirá entonces, lo que los teólogos llaman “palingenesia” . Al omitir estos dos detalles esenciales, lo que realmente quiere decir Pagola con esa frase tan aparentemente ortodoxa es: cuando la humanidad como colectivo haya hecho suyas las enseñanzas de Jesús, se abrirá una nueva y grandiosa etapa, y la Resurrección general no es sino un símbolo de esta nueva etapa, un símbolo de la nueva humanidad. Después de esto, ¿puede alguien decir que el libro de Pagola no es herético?
En el siguiente apartado de este capítulo, “El camino a la nueva fe en Cristo resucitado”, Pagola pretende describir el paso intermedio entre la muerte de Jesús en la cruz y los discípulos enseñando que había “resucitado”. La fe católica describe así ese “camino”: tras advertir que su cadáver había desaparecido del sepulcro, le vieron vivo de nuevo, hablaron con él y oyeron sus palabras y hasta pudieron tocarle, y luego, después de Pentecostés y comenzando ese día proclamaron abiertamente este hecho. Pero Pagola, como (nunca insistiré lo bastante) no cree que los relatos del sepulcro vacío y las apariciones narren cosas que pasaron realmente y como además omite toda mención a la predicación del día de Pentecostés, no lo ve así (por más que llame “asombroso” a lo que proclamaban los discípulos, como si la resurrección tal como la imagina tuviera algo de “asombroso”). Su respuesta a cómo llegaron a esta “fe” en la Resurrección es, por el contrario, ésta: lo que ocurrió fue una “experiencia primera que desencadena su entusiasmo por Cristo resucitado”. Ahí lo tenemos. No es que vieran y tocaran los lienzos vacíos o que vieran y tocaran al Señor, y hablaran con él y comieran con él. Todo es una misteriosa “experiencia” (término que gusta muchísimo a Pagola) que hace que les entren muchas ganas de hablar de Jesús, pensar en él, recordarle, etc.
Para lograr lo que pretende (que no es sino negar la resurrección de Jesús pero cuidando de que no se le note) empieza (como hace en muchos otros puntos de su libro) sembrando dudas sobre los relatos evangélicos, por ejemplo: “No es posible, con métodos históricos, penetrar en el contenido de su experiencia”. Nótese la frase “penetrar en el contenido de su experiencia”. Uno creería que lo que nos interesa es saber si esos relatos dicen la verdad, no meternos dentro de la cabeza de los primeros cristianos, ¿o no? Admite que: “la fe de estos seguidores no se apoya en el vacío”, lo cual es cierto, pero sólo si vieron y oyeron lo que dicen haber visto y oído. Pero como Pagola no admite esto, se va por las ramas y dice: “han vivido un proceso que no solo ha reavivado la fe que tenían en Jesús, sino que los ha abierto a una experiencia nueva e inesperada de su presencia entre ellos”, curiosa experiencia ésta si no estaba realmente entre ellos, eso por no hablar de lo raro que suena “han vivido un proceso”, como si todo pasase dentro de sus cabezas. Pagola está preparando el camino para su tesis: que los relatos de las apariciones son puramente simbólicos, poéticos, en los que se pretende “evocar” esa serie de experiencias subjetivas en las que, en cierto modo, se reimagina a Jesús, se le reinventa, se crea un nuevo Jesús (el Cristo de la fe frente al Jesús histórico, por emplear la terminología habitual de los teólogos “progresistas”).
Pagola ve ese “proceso” como largo y complejo. Naturalmente, ni una palabra sobre el hecho de que según los Evangelios y los Hechos todo sea en realidad muy sencillo (los discípulos estaban tristísimos pero al ver y tocar a Jesús resucitado todo cambió) porque ya ha “establecido” que esos relatos de apariciones no tienen valor histórico. Según él, consistió en reflexión sobre lo ocurrido apoyada sobre su confianza en Dios, en recuerdos y evocaciones de lo que habían vivido con Jesús, en hacerse preguntas, combinado con algún acontecimiento inesperado (Pagola no concreta en qué puedan consistir esos “acontecimientos”), alguna experiencia en la que sintieron gran fe, etc. A juzgar por la seguridad con que describe lo que supuestamente pasó, se creería que Pagola pudo entrevistar personalmente a los apóstoles (así criticaba el papa San Pío X a los teólogos modernistas como Loisy o Tyrrell, los verdaderos antecesores de Pagola, que rastreramente ni se molesta en mencionarlos). Para Pagola, este (ficticio) proceso “ha ido contribuyendo a despertar en ellos una fe nueva en Jesús”, algo que en realidad es negar la resurrección, pues tal como lo ve Pagola esa “fe nueva en Jesús” no sería otra cosa que “otro modo de ver a Jesús, de conocerle, imaginarle”, etc., fruto de un misterioso “proceso” y de unas no menos misteriosas “experiencias”. Quizá dándose cuenta de que ese modo de ver las cosas lo reduce todo a pura experiencia interior, retrocede un poco y afirma expresamente que no todo es reflexión, pero luego se va otra vez por las ramas y dice que lo que pasó es que Dios les guió en ese proceso de reflexión y cavilación hasta llevarles a una conclusión firme. Ni que decir tiene que en ningún momento se argumenta por qué debemos aceptar este modo de ver las cosas sino que Pagola, aquí como en muchos otros sitios, se vuelve a esconder detrás de los “expertos”, para los que lo esencial sería el “proceso” global y no las experiencias concretas. Lo que hace es negar la resurrección sin negarla abiertamente. Todo es pura experiencia subjetiva, y los relatos de las apariciones no son sino representaciones poéticas y simbólicas de esa experiencia, por muy inspirada por Dios que esté. Uno podría pensar que los Evangelios y los Hechos no dan tiempo (¡40 días de apariciones y 10 días más para Pentecostés, en que comienzan a predicar la resurrección!) para ninguna clase de “proceso” que dé lugar al nacimiento de una “fe” entendida al modo pagoliano, pero nuestro hombre tiene la respuesta, sin más argumento que el “lo dicen los autores”: para él ese plazo de 40 días es “meramente convencional”. Sin entrar a analizar este aspecto, hago notar que aquí una vez más omite lo esencial (aquí, como en otros puntos, las omisiones son capitales): que EXACTAMENTE 50 días después de la Pascua se celebraba la fiesta judía de Pentecostés, en la que se nos dice clarísimamente que los Apóstoles proclamaron a gritos la Resurrección de Jesús, para escándalo e irritación de los sanedritas.
Quizá dándose cuenta de la vaguedad de su “explicación”, Pagola retrocede un poco e intenta asociar ese “proceso” de reflexiones y preguntas con la creencia en la “resurrección de los justos” que, efectivamente, estaba ya bastante extendida en tiempos de Jesús, pero el problema es que esa resurrección se esperaba ¡PARA EL FINAL DE LOS TIEMPOS! La sola idea de una resurrección cuando no había llegado el final de los tiempos era contradictoria con esta esperanza de manera que difícilmente pudo haber tenido que ver en el nacimiento de la “fe” en la resurrección como la ve Pagola. Increíblemente, Pagola admite este hecho, pero no parece darse cuenta de que con eso deja sin valor todo lo dicho por él sobre la doctrina de la resurrección de los justos. Y lo cierto es que no resuelve esta contradicción sino que se limita a lanzar una conjetura sin base alguna: “la evocación de mártires concretos resucitados por Dios les pudo permitir superar más fácilmente el escándalo de la cruz”. Problema: que Pagola no cita ningún ejemplo concreto. Y omite un pequeño detalle sin importancia: que en la tradición judía no había NINGÚN caso de mártir resucitado por Dios (existía la esperanza de que Dios les resucitaría, pero, insisto, no todavía). Sí algún caso de hombre santo “arrebatado” misteriosamente al cielo (Elías y Enoc), pero no “resucitado”. ¿Pagola no se da cuenta de que, puestos a imaginar, les era mucho más fácil a los discípulos el decir que Jesús había sido “arrebatado” al cielo y que su muerte era sólo aparente (de hecho,  los gnósticos en el siglo II y Mahoma siete siglos más tarde harán justamente eso) que decir que había sido “resucitado”? Evidentemente, no.
Otro problema adicional es que la visión que tenían los primeros cristianos de lo que implicaba la resurrección de Jesús se da de patadas con un detallito de esa doctrina que Pagola por lo menos parece conocer: “La resurrección de estos mártires solo le afecta a cada uno de ellos; nada tiene que ver con la salvación de los demás seres humanos”. Muy cierto, pero eso contradice el hecho (que Pagola, por lo menos, admite) de que “los seguidores de Jesús terminan hablando de su resurrección como fuente de salvación para toda la humanidad, “primicia” de una resurrección universal”. Pagola aquí parece andar falto de fuerzas, pues no nos aclara cómo a los primeros cristianos se les ocurrió la idea de que la resurrección de Jesús es primicia de la nuestra si no estaba contenida en la doctrina de la resurrección de los justos. La fe católica tiene la respuesta: se lo dijo el mismo Jesús, como cuentan los Evangelios, particularmente el de san Juan. ¿Qué hace Pagola entonces? Pues, apoyándose en su redefinición de “resurrección”, intenta meterse otra vez en las cabezas de los primeros cristianos, haciendo pasar sus propias ideas por las de éstos. Así, para él “Los discípulos habían quedado muy “marcados” por Jesús”, con lo que: “Habían experimentado en Jesús la irrupción de la fuerza y el amor salvador de Dios, ¿no estaban experimentando ahora en su resurrección la irrupción liberadora de Dios inaugurando ya el reino definitivo de la vida?”. Esto suena casi ortodoxo, pero... al negar todo valor a los relatos del sepulcro vacío y las apariciones en realidad lo que está haciendo es identificar la resurrección con esa “irrupción liberadora de Dios”, que en realidad se refiere a una “liberación” en un sentido puramente mundano (nada de liberación del pecado o del demonio), como se desprende de las afirmaciones que hace en los capítulos anteriores .
Dicho todo esto, Pagola vuelve a su posición inicial : todo es “experiencia”, como se ve del título del siguiente apartado del capítulo: “La experiencia decisiva”. Nos dice: “Esta es la convicción de los discípulos: Dios está haciendo presente a Jesús resucitado en sus corazones”. Véase cómo Pagola no dice: “los discípulos ven y tocan a Jesús” sino que Dios le hace presente en sus corazones. O dicho de otro modo: para Pagola la resurrección no es sino un término para describir esa nueva situación en que Jesús está presente en los corazones de los discípulos. Poco importa que Pagola diga como dice que es obra de Dios, porque eso es casi como decir que todo es una alucinación, una ilusión, inducida por Dios. De hecho, Pagola luego dirá: “En algún momento caen en la cuenta de que Dios les está revelando al crucificado lleno de vida”, es decir, más experiencia subjetiva, pero ¿qué quiere decir esto, si no se admite que Jesús ha resucitado para no volver a morir? ¿Estaba o no estaba lleno de vida el Crucificado (entiendo: lleno de vida en el sentido corriente de la expresión)?¿Era todo visión subjetiva (o sea, alucinación o delirio)? La frase de Pagola: “Es ahora cuando le están “viendo” realmente, en toda su “gloria” de resucitado” da a entender que sí (las comillas que enmarcan ese “viendo” son de Pagola). Es decir: Jesús no resucitó pero los apóstoles lo “experimentaron” resucitado y la “visión” en realidad es visión interior.
¿Exagero viendo heterodoxias donde no las hay? La pregunta que se hace Pagola: “¿Cómo entienden los discípulos lo que les está ocurriendo?” deja claro que no. Para él, a los discípulos les “ocurre” algo que tienen que “entender”. Pagola, tras citar la expresión “se deja ver” que leemos en los textos neotestamentarios que describen las apariciones del Señor, la interpreta al revés de su sentido obvio (que sería que Jesús resucitó realmente, pero que sólo podían verlo aquéllos que Él decidía): “el resucitado actúa en sus discípulos creando unas condiciones en las que estos pueden percibir su presencia”. O sea: juega con sus mentes para que ellos crean verle. Pero ¿cómo podía hacer eso si no estaba realmente vivo? Viceversa, si es capaz de hacer eso, ¿ no es capaz también de hacerse presente en medio de ellos como narran los Evangelios? Se ve que negar la resurrección sin negarla abiertamente es más difícil de lo que parece. Añado que aquí como en muchas otras partes su único argumento es “los expertos lo dicen”.
Viendo que su postura es insostenible desde un punto de vista católico, Pagola intenta refugiarse en los textos neotestamentarios, concretamente en la experiencia de Pablo, pero una vez más vuelve a mutilarlos y falsearlos a placer. Por ejemplo, afirma que Pablo es el único que habla de lo que ha vivido directamente (eso es falso, primero porque los Evangelios se basan en testigos oculares y segundo porque la experiencia de Pablo no es igual a la de los apóstoles porque no toca a Jesús ni come con Él). Extrañamente, admite que: “En ningún momento la describe o explica en términos psicológicos”, que es lo contrario de lo que acaba de hacer con los discípulos. Pero luego vuelve a las andadas, olvidando el detalle fundamental (¿pasó o no?) para saltar aquí también al efecto que ese “encuentro” con Jesús resucitado produce en Pablo. De este modo, el “encuentro” se puede interpretar como una experiencia puramente interior que transforma a Pablo. Aquí, como siempre, las omisiones son esenciales, pues Pablo distingue claramente la aparición en el camino a Damasco de las diversas visiones interiores que tiene, pero Pagola no dice ni palabra sobre esto..
Dicho esto, Pagola procede a demoler los relatos evangélicos de las apariciones (que ya antes ha vaciado de contenido). Insiste en que son tardíos, sin dar argumentos —replico una vez más que esta datación no es tan segura ni tan firme como Pagola pretende hacernos creer— y dice que esos relatos “evocan los primeros “encuentros” de los discípulos con Jesús resucitado”. Nótense las comillas, que dan a entender que esos encuentros no son tales encuentros sino otra cosa que no se sabe muy bien qué es. Luego siembra más dudas (nada que no hayan hecho antes los críticos “racionalistas”) pero sin llegar a rechazarlos abiertamente, para acabar quitándoles todo valor, concluyendo con certeza que nada se puede concluir con certeza, habla de quienes se empeñan (sic) en rastrear huellas históricas, como si quienes pensamos que narran lo que pasó fuéramos unos bichos raros, resume (mal) las posturas de los “expertos” (diciéndonos falsedades como que “la primacía de la aparición a María [fue], silenciada luego en la tradición” (es mentira, porque Marcos lo dice claramente, la tradición oriental nunca la olvidó y la occidental la ha recuperado), y lanza insinuaciones del tipo: “algunas experiencias se vivieron en el contexto de comidas o cenas en que se recordaba con más intensidad a Jesús”, que es tanto como decir: el comer y hablar de Jesús les predisponía a creerse que Jesús estaba con ellos. Curiosamente, Pagola no se compromete demasiado sino que se refugia tras la explicación poética y simbólica, que ya anticipó anteriormente: para él, esos relatos “son, más bien, una especie de “catequesis” compuestas para ahondar en diversos aspectos de la resurrección de Cristo”. Admite que: “no han surgido de la nada, sin base alguna en la realidad, sino que recogen múltiples vivencias que todavía se recuerdan entre los cristianos” pero lo dice con un lenguaje muy vago, no sea que se delate negando abiertamente la realidad de las apariciones. En vez de aceptar la explicación evidente (narran lo que pasó) intenta hacernos creer que los evangelistas eran gnósticos: “lo que quieren es hacer entender a todos que su vida y su muerte han de ser comprendidas en una dimensión nueva”, algo que sencillamente no me trago. Es cierto que, según Pagola, los autores evangélicos nos dicen que “[Jesús] ha sido resucitado por Dios y sigue lleno de vida acompañando a los suyos”, pero a la vista de lo que antecede y lo que sigue, ese “lleno de vida” quiere decir realmente “vivo en sus seguidores”.
Dicho esto, Pagola vuelve a su posición de que todo fue una “experiencia” que “transformó” a los seguidores de Jesús. Por supuesto, el encontrarse cara a cara vivito y coleando con aquél a quien habían visto clavado desnudo en un madero fue una experiencia impactante capaz de transformar a cualquiera. Sin embargo, Pagola no va por ahí sino en esta otra dirección: todo fue puramente subjetivo y los textos son simbólicos, poéticos y debemos aprender a leerlos correctamente, por supuesto bajo la guía de los “expertos”¿Y dónde entonces queda la alabanza de Jesús a los sencillos si a la hora de la verdad quienes deciden son los expertos? Pagola parece olvidarlo, como se ve de su interpretación: no son “descripciones concretas sobre lo ocurrido, sino procedimientos narrativos que tratan de evocar, de alguna manera, la experiencia de Cristo resucitado”. ¿Pero a qué viene todo esto? ¿Qué trabajo cuesta decir: “narrar los encuentros con Cristo resucitado?” A menos que no se crea en la resurrección pero se esté buscando un modo de acomodar los textos a una interpretación puramente “subjetiva” de lo que pasó. Es verdad que luego Pagola dice cosas como: “El núcleo central es, sin duda, el encuentro personal con Jesús lleno de vida”, “Jesús vive y está de nuevo con ellos”, “Los discípulos se encuentran con aquel que los ha llamado al servicio del reino de Dios”, etcétera. Pero su frase: “Las cosas, probablemente, no ocurrieron exactamente así” nos desengaña: cuando dice todo eso, no piensa en ningún momento que pasara realmente. Porque para él lo que hacen los relatos es: “evocar de manera más expresiva algo de lo que viven estos hombres y mujeres cuando experimentan de nuevo a Jesús en sus vidas”. Aquí está la clave: es lenguaje poético (ese “evocar”) para describir un subjetivo “experimentar” a Jesús en tu vida. Es difícil captar la trampa puesto que obviamente, ¿quién no quiere experimentar a Jesús en su vida?, pero el problema es que Pagola lo reduce todo a experiencia subjetiva sin tener en cuenta el hecho básico: ¿tras esa “experiencia” hay un encuentro REAL con una Persona? Con esto nos acercamos bastante a la negación abierta de la Resurrección.
Pero llamativamente Pagola no sigue por ese camino sino que vuelve a retroceder, obsequiándonos con frases que parecen de perfecta ortodoxia, como ésta: “Los relatos insisten en que es Jesús el que toma la iniciativa”. Pero… ¿cómo puede Jesús “tomar la iniciativa” si no está realmente vivo?, me pregunto (Pagola no nos lo aclara). Y después, salta taimadamente de “ese encuentro supuso esto y aquello” a “el encuentro consiste realmente en esto y aquello”. Así, dice: “Es él quien se les impone lleno de vida”, “Es él quien se hace presente en sus vidas desbordando todas sus expectativas”, “Se trata, según los relatos, de una experiencia pacificadora que los reconcilia con Jesús”, pero nótese que, una vez negadas las apariciones, todo esto es interpretable en un sentido puramente subjetivo: “todo es una experiencia abrumadora que les hace sentirse perdonados” (luego dirá nuevamente: “El encuentro con Jesús es una experiencia de perdón”). Que mi interpretación es atinada nos lo demuestra esta cita de Schillebeeckx : “este perdón es “la experiencia que, iluminada por el recuerdo de la vida terrena de Jesús, viene a ser la matriz donde nace la fe en Jesús en cuanto resucitado”. En plata: esta experiencia subjetiva de sentirse perdonados a la luz de la vida terrena de Jesús es la que les lleva a creerse que Jesús ha resucitado. No el verle, tocarle, etc. Sino una experiencia puramente subjetiva. Obviamente la cuestión acerca de qué perdón hablamos si no le han visto realmente o de qué valor tiene el “sentirse perdonados” si no hay un perdonador queda sin contestar. Da igual que luego diga: “Según los relatos, el encuentro con el resucitado transforma de raíz a los discípulos”, porque, insisto, para Pagola todo es experiencia subjetiva. No es un encuentro real con una Persona. Pagola, entonces, intenta utilizar como ejemplo de sus tesis el famoso relato de los discípulos de Emaús: “El relato de Emaús describe como ningún otro la transformación que se produce en los discípulos al acoger en su vida a Jesús resucitado”. Uno pensaría que simplemente describe una aparición de Jesús que causó especial impacto pero Pagola astutamente olvida el contenido del relato para centrarse una vez más en lo que sentían y pensaban los discípulos (como se ve de expresiones como “transformar de raíz”, “sentirse perdonados”, etc.) e interpretar la narración de los hechos como un efecto de esa transformación, esa experiencia. Fijémonos bien en la expresión que usa en un momento determinado: “experimentarlo lleno de vida”. No verlo, oírlo, hablar con él, verle partir el pan, sino “experimentarlo”. Y es esa “experiencia” (no el verlo y oírlo) la que hace que descubran “que sus esperanzas no eran exageradas”. Es lo de siempre: Pagola retuerce los textos para acomodarlos a su hipótesis. Poco importa a la vista de esto que Pagola califique al relato de “extraordinario” o que diga que: “Merece ser saboreado despacio”.
Hecho esto, Pagola destroza el mandato misional de Jesús a los apóstoles, que describe así: “Este encuentro con el resucitado es algo que está pidiendo ser comunicado y contagiado a otros”. Fijémonos que los Evangelios y otros textos neotestamentarios hablan de que los discípulos trasmiten “lo que han visto y oído”, no comunican ninguna “experiencia subjetiva”, pero eso no parece importarle a Pagola, para quien todo es pura experiencia subjetiva que te “transforma” (también podría “transformarte” un chute de heroína o una raya de cocaína, pero no por eso tengo interés en probarlas), y la misión no consistiría sino en comunicar esa “experiencia”. Vemos también que dice: “Encontrarse con él es sentirse llamado a anunciar la Buena Noticia de Jesús”, donde da nuevamente el salto del hecho en sí a las consecuencias que este tiene en uno (“sentirse llamado a anunciar”), para pasar únicamente a estas últimas. Ciertamente Pagola dice: “Los relatos insisten sobre todo en la experiencia que han vivido los Once”, pero luego les quita todo valor diciendo: “las palabras que cada evangelista pone en boca del resucitado no son términos pronunciados por Jesús en una aparición”, añadiendo, por supuesto, que los relatos son tardíos. Todo, una vez más, es “experiencia”. Tras intentar oponer a los relatos unos con otros (otro método muy querido por Pagola) para demostrar que no describen cosas que pasaron realmente, concluye así que la idea central es: “suscitar discípulos y discípulas que aprendan a vivir desde Jesús y se comprometan con el gesto del bautismo a seguirle fielmente”. Aquí Pagola se ha descuidado y se le ha escapado que para él el bautismo sólo es un “gesto” que compromete a hacer eso de “vivir” desde Jesús que no se sabe muy bien qué es si todo es una “experiencia”. Pagola después dice que esta llamada misionera (si es que podemos denominarla así) es para todos: “Todos los que se encuentran con el resucitado escuchan la llamada a contagiar su propia experiencia a otros”, insistiendo una vez más en lo de “experiencia”, que parece ser una obsesión. Dice: “Entre los cristianos de la segunda y tercera generación se recordaba que había sido el encuentro con Jesús vivo después de su muerte lo que había desencadenado el anuncio contagioso de la Buena Noticia de Jesús”, algo que sonaría bien si no fuera porque ya nos ha quedado claro que ese “encuentro” en realidad no es tal encuentro. Todo es una misteriosa “experiencia subjetiva” que de algún modo hace que te entren muchas ganas de hablar de lo que Jesús dijo e hizo (interpretado, por supuesto, al modo de Pagola). No hace falta que diga que para Pagola los relatos de la Ascensión no tienen ningún valor histórico. Aquí por lo menos habla con claridad, pues nos dice: “La “ascensión” es una composición literaria imaginada por Lucas”, por supuesto sin la menor prueba salvo el sempiterno testimonio de los “expertos”.
Pagola entonces parece darse cuenta de que ha olvidado un punto fundamental y así le da este título al apartado siguiente: “¿Quedó vacío el sepulcro de Jesús?”. El lector que me haya seguido hasta aquí intuirá que la respuesta que Pagola da es “no”. Pero ojo, no la da abiertamente, sino que dirá que se puede creer en Jesús resucitado y no creer que el sepulcro quedara vacío. ¿Cómo lograr esto, que a primera vista parece contradictorio? Pues haciendo algo parecido a lo que hemos visto con los relatos de las “apariciones”: sembrar dudas, vaciarlos de todo contenido fáctico y luego reinterpretarlos en sentido simbólico y figurado. El primer paso es negarles independencia (sin dar ninguna prueba, ni siquiera el testimonio de “expertos”, omitiendo explicar las divergencias entre los tres relatos que vuelven dudosa esa dependencia). Tras resumir brevemente el relato de Marcos, Pagola dirá que es “tardío” (insisto una vez más en que para nada es seguro que los Evangelios sean tardíos), para pasar a insinuarnos que todo fue una creación de la comunidad cristiana. ¿Cómo? Pues concentrándose en primer lugar en lo decían y pensaban los primeros cristianos (en este caso a lo que, según él, NO decían): “las primeras confesiones e himnos litúrgicos que hablan de la resurrección de Jesús o de su exaltación a la vida de Dios no dicen nada del sepulcro vacío”, omitiendo por todo el morro las alusiones al “no conoció la corrupción” que encontramos en Hechos, volviendo después al “argumento” cronológico: “solo se habla del sepulcro vacío a partir de los años setenta”, sin pruebas como es habitual (salvo que admitamos, cosa que yo no hago, que los Evangelios son tardíos). Pretende que el sepulcro vacío no tuvo importancia en el nacimiento de la fe en la Resurrección, la “fe” entendida al modo pagoliano, obviamente, pero no se da cuenta del absurdo en que incurre. Porque veamos: si el sepulcro no hubiera quedado vacío habría sido facilísimo desacreditar esa predicación mostrando el cadáver o como mínimo la ubicación exacta del sepulcro para que la gente pudiera verificar por sí misma, pero Pagola nada dice al respecto (pues, como ya apunté, omite toda alusión a la predicación el día de Pentecostés) y opta nuevamente por hacer historia-ficción del desarrollo de las fórmulas de fe, insistiendo en que sólo muy tardíamente integraron el recuerdo del sepulcro vacío, también sin prueba alguna salvo el habitual testimonio de “expertos”, “investigadores”, “autores”.
Quizá dándose cuenta de que el no hacer ninguna alusión a lo ocurrido con el cadáver del Señor debilita su postura, Pagola retrocede un poco y ataca los relatos sobre el entierro de Jesús a fin de, habiéndolos destruido, apoyar su tesis de que los relatos del sepulcro vacío no hablan de lo que pasó realmente. Abre su acometida con una afirmación tajante de que lo que cuentan no es lo que pasó, pero dicha suavemente: “no es fácil saber si las cosas sucedieron tal como se describen en los evangelios”. Luego se esfuerza en negar el clarísimo dato evangélico de que a Jesús lo enterraron en una tumba recién excavada propiedad de un rico local llamado José de Arimatea, evidentemente porque le estorba el que Jesús fuera enterrado en un sitio perfectamente identificable y accesible. A tal fin siembra dudas sin venir demasiado a cuento, insinúa la posibilidad de que Jesús fuera enterrado en una fosa común, trata de oponer los relatos evangélicos a lo que aparece en los Hechos de los Apóstoles, pretendiendo que según este último libro, “Jesús fue enterrado por las autoridades judías que “pidieron a Pilato que le hiciera morir”, y luego “le bajaron del madero y le pusieron en un sepulcro” (claro que Pagola omite, siempre las omisiones, el importantísimo detalle de que el relato de los Hechos NO dice que le enterraran las mismas autoridades judías y que además es un relato muy genérico puesto en boca de Pablo, casi una primera versión del “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado”, que recitamos en el Credo, no un relato detallado de lo que pasó) y falsea los relatos evangélicos al decir que según estos “no fueron sus discípulos quienes enterraron a Jesús: todos habían huido a Galilea”, y digo “falsea” porque 1) no dicen que huyeran a Galilea 2) no “todos” habían huido porque Juan estaba al pie de la cruz (claro que Pagola en el capítulo anterior negó toda historicidad a este detalle, por supuesto sin dar ningún argumento). Al hablar de José de Arimatea mete de contrabando más dudas, pero sin concretar, aunque como admitiendo lo frágil de su posición, acepta que: “es posible que las cosas sucedieran así”. También intenta mostrar desesperadamente que los Evangelios se contradicen y que fueron recargando poco a poco los hechos inventándose detalles nuevos (invito a mi lector a que se lea los cuatro relatos evangélicos y que decida si son contradictorios o complementarios).
Pagola entonces recula un poco, admitiendo que en ocasiones se permitía que los crucificados recibieran un entierro apropiado y nos muestra varios ejemplos históricos y arqueológicos. Uno diría que esto avala los textos evangélicos. Pero Pagola no lo ve así, sino que una vez más lo niega todo pero sibilinamente : “Es difícil saber lo que sucedió”. (lo que realmente quiere decir es: “no podemos fiarnos de los relatos evangélicos”), añadiendo que : “No sabemos si terminó en una fosa común como tantos ajusticiados o si José de Arimatea pudo hacer algo para enterrarlo en algún sepulcro de los alrededores”. Lo cierto es que no presenta argumento alguno que demuestre que los textos evangélicos no dicen la verdad. Simplemente se refugia tras la masa de “investigadores contemporáneos”, según los cuales “Jesús no recibió los cuidados fúnebres habituales”. ¿Por qué tanta duda? Porque Pagola pretende negar (pero no abiertamente sino disimuladamente) el hecho claramente establecido por los Evangelios de que Jesús fue sepultado en un lugar bien identificable, para así librarse de una posible objeción: que si las cosas hubieran ocurrido como Pagola dice, los sanedritas hubieran podido desacreditar facilísimamente la predicación indicando algo como esto: “bobadas, id adonde lo enterraron y ved lo “resucitado” que está ese Jesús” .
Luego Pagola suelta otra estocada más, negando que las mujeres encontraran vacío el sepulcro. Pero al igual que en otros lugares de su libro no lo niega abiertamente sino que se refugia tras lo que han dicho otros autores . Y remacha: “¿está describiendo este relato lo que realmente sucedió o es, más bien, una deducción nacida a partir de la fe en la resurrección de Jesús, que está ya consolidada entre sus seguidores”. Uno pensaría que lo primero, pero Pagola, obviamente, no, como se ve de su siguiente frase: “¿es una narración que recoge el recuerdo de lo que ocurrió o se trata de una composición literaria que desea exponer de manera gráfica lo que todos creen?”(quien me haya seguido hasta aquí deducirá que la respuesta de Pagola es “lo segundo”, pero que no la da abiertamente).
Pagola, entonces, cita dos posibles objeciones: que el testimonio de las mujeres no era válido (con lo que se vuelve inverosímil que se creara esta historia para reforzar la fe en la resurrección, entendida al modo pagoliano, claro está) y que difícilmente se podía proclamar la resurrección en Jerusalén si se podía probar que el cadáver de Jesús estaba en el sepulcro. Hago notar que Pagola no responde a la primera objeción, en tanto que con la segunda dice esto: “no sabemos exactamente cuándo se empezó a anunciar la resurrección de Jesús en Jerusalén” (cosa que es falsa: sí lo sabemos, cincuenta días después de la Pascua, en Pentecostés, según narran los Hechos), y añade que: “no sabemos si era posible acceder a su sepulcro” (pero si no se podía acceder, ¿cómo pudieron haber llevado el cadáver hasta allí?). Y se va por las ramas diciendo que: “es curioso que se pueda hablar de la resurrección del Bautista sin necesidad de indicar que su sepulcro está vacío”, como si los rumores sobre esa hipotética resurrección del Bautista tuvieran algo que ver con la predicación apostólica.
Después de haber negado todo valor fáctico a los relatos del sepulcro vacío, Pagola se lanza al ataque con decisión: “Una lectura atenta del relato permite leerlo desde una perspectiva que va más allá de lo puramente histórico”, algo que tiene un hedor gnóstico insoportable (como si los hechos, lo material, estorbaran). Indica que: “lo decisivo en la narración no es el sepulcro vacío, sino la “revelación” que el enviado de Dios hace a las mujeres”, frase asombrosa (si el sepulcro no está vacío, ¿qué sentido tiene esa “revelación”, que se puede interpretar, además, de manera subjetiva —todo sucedió en las mentes de las mujeres—, como se deduce de las comillas, y de ahí interpretarse en un sentido simbólico?). Después, Pagola vuelve a falsear los Evangelios indicando extrañamente que: “El relato no parece escrito para presentar el sepulcro vacío de Jesús como una prueba de su resurrección” (se ve que para Pagola el “vio y creyó” que leemos en el Evangelio de Juan no cuenta para nada, ni mucho menos el “no está aquí, ha resucitado” que leemos en los Sinópticos). Y remata la faena con esta profesión de gnosticismo: “solo quien cree en la explicación que ofrece el enviado de Dios puede descubrir el verdadero sentido del sepulcro vacío”, mostrando además una empanada mental considerable (lo que realmente quiere decir Pagola es: descubrir el verdadero sentido de la expresión “sepulcro vacío”, que sería un sentido simbólico según la interpretación pagoliana. Porque un sepulcro vacío es un sepulcro vacío, lo demás son explicaciones de cómo un sepulcro antes lleno ahora está vacío).
Después, Pagola indica que el sepulcro vacío no es prueba irrefutable de la resurrección (cosa cierta, pero sólo si se empieza aceptando que el sepulcro está vacío, cosa que él no hace, llegando a admitir incluso, como veremos, que el sepulcro NO quedó vacío), y tras ofrecer diversas explicaciones alternativas, dictamina: “es difícil, pues, llegar a una conclusión histórica irrefutable”. Cosa que él sí hace: “el relato no hace sino exponer de manera narrativa lo que la primera y segunda generación cristiana vienen ya confesando”, como ya hemos anticipado en los párrafos anteriores. Ni se plantea la posibilidad de que el relato hable de cosas que pasaron realmente. Luego se contradice afirmando que: “las palabras que se ponen en boca del ángel no hacen sino repetir, casi literalmente, la predicación de los primeros discípulos”, cuando antes había dicho que la tradición del sepulcro vacío es tardía, eso por no hablar de que esa fórmula no aparece en Hechos. E insiste diciendo: “Más que información histórica, lo que encontramos en estos relatos es predicación de los primeros cristianos sobre la resurrección de Jesús”, como si fueran cosas contradictorias (¿una predicación no puede basarse en cosas que pasaron realmente?) y remata el párrafo diciendo explícitamente lo que ya he señalado: “no fue un sepulcro vacío lo que generó la fe en Cristo resucitado, sino el “encuentro” que vivieron los seguidores, que lo experimentaron lleno de vida”. Por supuesto, para nuestro hombre esa “fe”, ese “encuentro” y ese “experimentar” son todo cosas puramente subjetivas. Nada de “ver” y “tocar”, “meter la mano en las llagas”, “comer con él” y cosas parecidas. O dicho de otro modo: si no lo vieron ni oyeron realmente, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “experimentar”? Pagola no nos lo aclara. En vez de eso, Pagola intenta de nuevo meterse en las cabezas de los autores evangélicos: “¿Por qué, entonces, se escribió este relato?”. Uno pensaría que para contar lo que pasó. Pero Pagola opta por fantasear un poco, como siempre, refugiándose detrás de los “expertos”: “Algunos piensan que ha nacido para explicar el origen de una celebración cristiana que tenía lugar junto al sepulcro de Jesús”, ceremonia de la que no encontramos la menor huella en la tradición (o al menos él nada dice al respecto). Afortunadamente, Pagola admite que esa extraña explicación: “no ha logrado una adhesión significativa en los investigadores”. Siempre los investigadores, como si ellos tuvieran la última palabra. Pero después, Pagola vuelve a arruinarlo todo dando su hipótesis: “el relato nació en ambientes populares donde se entendía la resurrección corporal de Jesús de manera material y física, como continuidad de su cuerpo terreno”. Ese “el relato nació en…” suena casi a “el relato se inventó en…”. Por supuesto ni se le ocurre que el relato pueda reflejar recuerdos reales, de cosas que ocurrieron de verdad. Porque si así fuera su castillo de naipes de hipótesis caería por su propio peso. Luego pretende contraponer esta teoría con esta otra: “Había quienes atribuían al resucitado un cuerpo nuevo o transformado” (uno diría que es exactamente lo que hacen los Evangelios y lo que, según la última frase del Credo, tendremos cuando resucitemos, pero Pagola al parecer no se da cuenta). Contradiciéndose, luego Pagola dice que había “quienes hablaban de una resurrección espiritual sin cuerpo” (antes ha dicho que una resurrección sin cuerpo era “impensable”) . ¿Tiene alguna prueba de lo que dice? No: sólo el sempiterno “consenso de los expertos”.
Pagola, viendo que casi ha negado la resurrección, intenta esconderse otra vez detrás de Pablo, indicando que para él “Jesús tiene un “cuerpo glorioso”, pero esto no parece implicar necesariamente la revivificación del cuerpo que tenía en el momento de morir”. Esto ya es raro, y lo es aún más lo que dice luego: “Para él, la resurrección de Jesús es una “novedad” radical, sea cual fuere el destino de su cadáver”. Uno diría, leyendo las cartas paulinas (sobre todo 1 Corintios, donde ataca a quienes niegan la resurrección, que el destino del cadáver importa bastante a Pablo, como cuando habla de la corrupción que se viste de incorrupción y cosas parecidas). Y si bien es verdad que no habla del cuerpo de Jesús, la relación que establece entre la resurrección del Señor y la nuestra propia basta para refutar a Pagola. Pero, ¿ qué es para Pagola un “cuerpo glorioso”? Pues es, como ya dijo antes y como repetirá ahora, un cuerpo “en el que se recoge la integridad de su vida histórica”. El problema es, para empezar, que un cuerpo así nada tiene de glorioso, puesto que ni siquiera sería un cuerpo real. Sería un “cuerpo” en sentido metafórico. Pagola no ha negado abiertamente la resurrección corporal (y de rebote la nuestra propia) pero la ha vaciado de contenido con sus juegos de manos conceptuales. Véase también su frase: “Para esta transformación radical no parece que el Creador necesite de la sustancia bioquímica del despojo depositado en el sepulcro”. Esto suena casi a ortodoxo (ciertamente la resurrección corporal no requiere la conservación del cuerpo terreno), pero lo que Pagola quiere decir es: “el cuerpo físico da igual”, algo que no es cristiano sino gnóstico (lo material es inferior, es malo).
Visto así, la conclusión de Pagola a nadie extrañe: “no ha de resultar excesivamente escandaloso que bastantes autores modernos, incluso de actitud moderada, piensen que es posible creer en la resurrección real de Jesús con un “cuerpo glorioso”, sin que esto implique necesariamente tener que afirmar que su sepulcro ha quedado vacío”. Siempre los “autores”. A mí, y seguramente a mis lectores, esto les parecerá que es negar la resurrección. Si el sepulcro no está vacío, ¿cómo podemos hablar entonces de resurrección y mucho menos de “resurrección real”? [La resurrección entendida en sentido pagoliano nada tiene de real. Más bien es irreal]. Pagola intenta contraponer su perspectiva a la de otros autores, para los cuales: “la tumba de Jesús no estaba vacía, sino llena, y su cadáver no se esfumó, sino que se descompuso”. Pero la verdad, a tales autores al menos se les entiende. Además, ¿en qué se diferencia no afirmar que el sepulcro ha quedado vacío y afirmar que estaba lleno? Pagola no nos lo aclara. En vez de eso se va nuevamente por las ramas, al “mensaje” del relato.
¿Y qué mensaje es ése? Pagola lo tiene claro: “es un error buscar al crucificado en un sepulcro; no está ahí; no pertenece al mundo de los muertos “, cosa que es verdad, pero si su cuerpo no desapareció del sepulcro, significa que no resucitó, por lo que SÍ pertenece al mundo de los muertos. Pagola insiste: “Es una equivocación rendirle homenajes de admiración y reconocimiento por su pasado. Ha resucitado”, cosa que una vez más es cierta, pero es que Pagola ha negado la Resurrección y para disimular ha redefinido el significado de la palabra “resurrección”. Extrañamente, dice: “Está más lleno de vida que nunca. Él sigue animando y guiando a sus seguidores”, pero si el sepulcro no ha quedado vacío, ¿qué quiere decir eso de “lleno de vida” ? ¿Y cómo puede “guiar a sus seguidores” si el sepulcro no quedó vacío, las apariciones son relatos simbólicos y todo es una experiencia subjetiva? Pagola no nos lo dice sino que vuelve a sus obsesiones. En particular, ésta: hay que “denunciar toda religión que vaya contra la felicidad de las personas”, entendida tal felicidad en un sentido puramente terreno, claro es. Poco importa, al parecer, que el Evangelio nada diga de esto. Además, si de lo que se trata es de ser feliz al precio que sea, de poco sirve ese Jesús (pues el mejor modo de ser feliz aquí y ahora es no preocuparse por nada de lo que pasa a tu alrededor, no meterse en líos y pasarlo bien). Y da su veredicto final: “Con Jesús es posible un mundo diferente, más amable, más digno y justo”. Vamos, que como nos descuidemos Jesús se hace miembro del 15-M. Y poco importa que nada de esto se diga en los Evangelios. Para este viaje no hacían falta alforjas. Resumiendo: lo que quiere decirnos Pagola es: “poco importa que Jesús esté muerto y enterrado, porque sigue vivo en nuestros corazones, no podemos dejar que muera todo aquello que él representaba”. Pues lo siento, pero esto NO es la resurrección.
Dicho esto, los dos siguientes apartados, que se titulan “Dios le ha dado la razón” y “Dios le ha hecho justicia” resultan absolutamente prescindibles. En ellos no hay historia (fuera de las ficticias descripciones de los orígenes de los relatos evangélicos), sólo mala teología (que en esencia va en la misma dirección que en los apartados anteriores) en la que rechaza todo lo que implique directa o indirectamente que Jesús murió por nuestros pecados y procura reinterpretar lo que dicen los textos neotestamentarios a la luz de su peculiar visión de lo que Jesús dijo e hizo mientras caminó sobre esta tierra. Su idea básica es ésta: por “Jesús ha resucitado” debemos entender, no “Jesús ha vuelto a la vida, derrotando a la muerte pues ya no volverá a morir jamás” sino “Dios avala el mensaje de Jesús”, pero con un sobrentendido: el mensaje de Jesús tal como él lo ve, no tal como lo entiende la Iglesia. Sin necesidad de desgranar frase a frase estos dos espesos apartados, me detendré en ésta: La conocida expresión “la causa de Jesús sigue”, con la que W. Marxsen resume el contenido de la resurrección, es correcta”. Es verdad que Pagola retrocede un poco, diciendo que sólo es correcta “si se entiende que es Jesús mismo quien, resucitado, la inspira e impulsa a lo largo de la historia”, pero: ¿cómo pudo hacer eso si la resurrección no es algo real, físico y el sepulcro no quedó vacío? Porque para “inspirar” e “impulsar” hay que estar vivo. Y si es algo real, ¿a qué viene tanto andarse por las ramas? A menos que esa “inspiración” se entienda en un sentido puramente subjetivo (todo ocurre en la mente de los creyentes, Jesús no interviene para nada), pero es que entonces no hay ninguna diferencia que realmente importe entre esto y la interpretación de Marxsen (que al menos se entiende).
Y señalaré también el remate de este capítulo, que al menos dice algo que es cierto: “Los primeros cristianos vieron en Jesús crucificado la expresión más realista y extrema del amor incondicional de Dios a la humanidad”, pero después de que Pagola haya vaciado de contenido la Resurrección, negado el valor redentor de la muerte de Cristo y eliminado el descenso a los infiernos, ¿qué importancia tiene ya? Y evidentemente, su frase: “Solo el amor increíble de Dios puede explicar lo ocurrido en la cruz” suena casi a burla después de lo dicho anteriormente, porque menudo amor éste, que pudiendo impedirlo deja que maten a Jesús. Contradicción que Pagola no salva en ningún momento. 

Próxima entrada: análisis de cómo Pagola destroza el relato de la Pasión para acomodarlo a sus tesis.  




sábado, 7 de diciembre de 2013

Intoducción y propósito de este blog


El objetivo de este blog es éste: escribir una refutación detallada del libro "Jesús, una aproximación histórica", cuyo autor es José Antonio Pagola, ex vicario general de la diócesis de San Sebastián. El motivo es que considero este libro peligroso en extremo para la fe católica, tanto más visto el enorme éxito que ha tenido y los avales que recibió del mismísimo Juan María Uriarte, obispo de esa diócesis. Peligroso porque, sin negar abiertamente ningún dogma de fe, de hecho niega la resurrección, la redención, la divinidad de Cristo, su nacimiento virginal, y considera ahistórico casi todo lo que narran los Evangelios. Peligroso porque bajo el disfraz de la historia lo que hace es teología que se aparta en todo o casi todo de la doctrina de la Iglesia. No creo que estas palabras vayan a leerlas muchas personas, pero siempre cabe la esperanza. Esto dicho, entremos en materia. Y hagámoslo empezando por el final, el capítulo 14 en el que Pagola negará la resurrección de Cristo, pero sin negarla abiertamente.