Pagola
titula así su capítulo sobre la Resurrección del Señor:
“Resucitado por Dios”. Mis lectores dirán que no ven nada raro
en ello, y en principio tendrían razón. El problema está en que, tras la lectura del capítulo, llegamos a la conclusión de que
para Pagola la palabra “resurrección” tiene un sentido un tanto
peculiar, que viene a ser éste: la “resurrección” no es lo que
todos entendemos por resurrección, sino más bien esto otro: Dios
avala todo lo que Jesús dijo e hizo, y los discípulos llegaron a
esa conclusión tras un largo proceso y una serie de experiencias
puramente subjetivas, de manera que lo que él representaba debía
seguir vivo en los que creen en Él. No sólo eso, sino que, como
veremos enseguida, para Pagola los relatos evangélicos de las
apariciones no describen hechos que pasaran realmente sino que son
una evocación poética y simbólica de ciertas experiencias
subjetivas en las que creyeron percibir vivamente la presencia de
Jesús, en tanto que los relatos del sepulcro vacío no quieren decir
que el cuerpo de Jesús desapareciera realmente de un sepulcro que
pudiera verse y tocarse sino que son un símbolo de que aunque Jesús
muriera en la cruz, lo que Él representaba sigue vivo.
Veamos
detenidamente cómo Pagola llega a esta interpretación. Que, es
innecesario que lo diga, nada tiene que ver con lo que proclamamos
cada domingo en el Credo (“resucitó al tercer día según las
Escrituras”, dice el credo niceno, “al tercer día resucitó de
entre los muertos”, dice el credo apostólico”), pues al
proclamarlo estamos aceptando implícitamente que el sepulcro vacío
es algo real, visible, tangible, y que las apariciones ocurrieron
realmente. En esencia, lo que hace es llevar a cabo una
reconstrucción ficticia del curso de los pensamientos y opiniones de
los seguidores de Jesús (que en realidad son las propias ideas de
Pagola puestas en la mente de dichos “seguidores” combinadas con
citas mutiladas de Hechos y de las cartas paulinas, también veremos
eso más detenidamente) durante los primeros tiempos de la Iglesia y
a partir de esos pensamientos interpretar los relatos del sepulcro
vacío y las apariciones.
Para
Pagola, tras la muerte de Jesús los seguidores se hacían esta
angustiosa pregunta: “¿No podrá ya vivir en comunión con Dios él
que ha confiado totalmente en su bondad de Padre?”. Nótese que si
los apóstoles ven vivo al Crucificado, comen con él, pueden oírle
y tocarle, como nos narran los Evangelios y el libro de los Hechos,
esa es una respuesta contundente a la pregunta. Pero Pagola no acepta
esto, sino que para él fue esto lo que pasó: mediante la reflexión
y tras una serie de experiencias subjetivas, los seguidores de Jesús
lo reviven en sus mentes y sus corazones, interpretando que Dios le
avala, le da la razón, le hace justicia. Pero ojo, Pagola no dará
nunca esa respuesta de modo abierto, pues equivale a negar la
resurrección. Veámoslo con más calma.
Señalemos
para empezar que Pagola omite por todo el morro y sin ni siquiera
mencionarlo el relato que leemos en Hechos de lo ocurrido el día de Pentecostés, que nos
narra claramente cómo cincuenta días después de la Pascua los
apóstoles, que tras la muerte de Jesús estaban desanimados,
asustados y aterrorizados (dato que Pagola procura suavizar todo lo
que puede), desautorizan públicamente al Sanedrín diciendo (por
adoptar el lenguaje de Pagola) que Dios daba la razón y hacía
justicia a un condenado por blasfemia al resucitarle de entre los
muertos (pero ojo, Pagola, en el capítulo anterior, ha negado que Jesús fuera condenado por blasfemia). Pagola tampoco menciona el enfrentamiento entre el Sanedrín y los
Doce que tan vivamente nos describe el libro de los Hechos de los
Apóstoles. Aquí como en otros lugares nuestro hombre tira a un lado
todo aquello que aparece en los relatos neotestamentarios que no le
cuadra con sus teorías. Además de esto, falsea los Evangelios al
decir que los discípulos habían huido a Galilea (digo "falsea" porque los
Evangelios dicen claramente que se quedaron en Jerusalén, pero
Pagola ni se molesta en contradecir este detalle), tal vez porque la
presencia de testigos presenciales de la sepultura del Señor es un estorbo para sus teorías y necesita alejarlos
de allí todo lo que pueda, no sea que en su ficticia reconstrucción
el Sanedrín pueda intervenir para desautorizar a los apóstoles mostrando el cadáver. Con
todo esto, prepara la mente del lector para hacer más aceptable su
respuesta de que “revivieron” a Jesús en sus corazones y sus
mentes tras unas misteriosas experiencias subjetivas y un no menos
misterioso “proceso”.
Después
viene el siguiente hecho aceptado por Pagola: que tras un tiempo no
determinado tras la Crucifixión (hago notar que el libro de los Hechos de los
Apóstoles, insisto, dice que fue menos de dos meses después y que
esa proclamación se hizo delante de las narices del Sanedrín), los
Apóstoles proclaman que Jesús “está vivo” (resalto aquí que Pagola no
dice “ha resucitado”, de modo que ese “está vivo” podría
ser simbólico, metafórico). Pagola insiste en que los apóstoles
tenían la convicción subjetiva de que Jesús estaba vivo porque
Dios lo había resucitado, y que esa convicción era firmísima, y
que la proclamaban a los cuatro vientos. Esto en principio es
inobjetable, pero hago notar al lector incauto que Pagola no está
diciendo que aquello que lo que los apóstoles proclamaban haya ocurrido
realmente sino que los discípulos tenían una determinada
“convicción” subjetiva de que Jesús había sido “resucitado”
por Dios y que la proclamaban en voz alta. No aclara si lo que dicen
se debe tomar en sentido literal (de hecho, Pagola opina que no, como
iremos viendo)o simbólico y metafórico. Es decir, nuestro hombre sostiene que los discípulos decían:
“tenemos la convicción subjetiva de que Jesús ha sido resucitado
por Dios”, contradiciendo de plano lo que dice el relato
neotestamentario que encontramos en el libro de los Hechos de los
Apóstoles (que va más bien en esta dirección: "Jesús ha resucitado
y nosotros le hemos visto vivo"). Pagola deja de momento sin explicar
cómo nació esa “convicción” (de hecho, no lo explica nunca,
solo dice vaguedades sobre “experiencias” y “procesos”) y
luego, como veremos, intentará demostrar que fue a partir de esa
convicción como aparecieron los relatos del sepulcro vacío y las
apariciones. Es decir, invierte el orden que tan claramente nos
muestran Evangelios y Hechos: primero viene el sepulcro vacío y las
apariciones de Jesús, luego la fe en la resurrección, luego la
proclamación abierta y la reflexión teológica.
Pagola,
entonces, intenta describir el modo en que (según él) los
discípulos formularon la fe en la “resurrección”, sin contestar
aún, insisto, a la cuestión fundamental de si realmente Cristo
resucitó en el sentido que todos le damos a esa palabra (luego
veremos que para Pagola la respuesta a esta pregunta es “no”).
Ese es otro paso en su tarea de quitarles todo valor a los relatos
del sepulcro vacío y las apariciones (repito una vez más para que
quede claro: según él, como he dicho antes y como veremos luego,
tales relatos nacieron de la “fe” en la resurrección y no la fe
en la resurrección de los hechos narrados en esos relatos). Sin
entrar a desmenuzar detalladamente tales “fórmulas” tal como las
imagina Pagola (eso extendería demasiado este análisis), anoto sin
embargo una omisión capital (más omisiones, como se ve): en la
versión que da de las “fórmulas” de fe, Pagola NUNCA incluye el
“nosotros somos testigos” que una y otra vez dice Pedro, según
nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, ni habla de la
alusión de Pablo en la Primera Epístola a los Corintios a los
testigos presenciales. Aquí como en otras ocasiones nuestro hombre
mutila a gusto los textos neotestamentarios, quitando todo lo que le
estorba (y aquí como antes ni siquiera se molesta en advertirlo al
lector, de manera que, además, peca de deshonestidad profesional).
Para
Pagola, se da una evolución en esas fórmulas de fe. Primero se
hablaría de intervención de Dios, luego esa intervención iría
desapareciendo de las fórmulas para centrar estas en Jesús y
finalmente se identificaría la exaltación de Jesús con la
resurrección, siempre según Pagola. No voy a analizar
detalladamente todos los pasos que supuestamente se dieron en esa
“evolución”, puesto que resultaría excesivamente fatigoso ir
replicando paso a paso cada una de las afirmaciones de Pagola, así
como ir señalando todos los casos en los que mutila (p.e., como ya
dije antes, omitiendo toda alusión a testigos presenciales), deforma
o tergiversa los textos neotestamentarios, de modo que sólo tocaré
algunos puntos importantes.
Por
ejemplo, que Pagola no dice que lo contenido en esas “fórmulas”
se refiera a cosas que hayan ocurrido realmente. Sólo dice que eso es lo que interpretaban,
pensaban y decían los discípulos. Eso le permitirá pasar más
suavemente a su interpretación de la “idea” (el mismo término
ya es significativo) de resurrección en ellas contenida. Que
consistirá básicamente en esto: Dios avala lo que dice Jesús, “le
da la razón”, y cuando habla de “arrancarlo al poder de la
muerte” a lo que se refiere en realidad es a “Dios no dejará
morir lo que Jesús representa, lo que dijo e hizo”. Señalo
también que al identificar la “resurrección” de Jesús con su
“exaltación”, Pagola se enreda de un modo tal que parece
increíble que sea doctor en Teología. Sólo recordaré aquí que el
Credo que recitamos en la misa dominical distingue clarísimamente el
“resucitó” del “subió al cielo y está sentado a la derecha
del Padre” (pues eso es lo que quiere decir la exaltación de
Jesús). Claro que por otra parte, tras identificar ser exaltado con
resucitar, Pagola redefinirá el ser exaltado como “Dios le ha dado
la razón” y “Dios le ha hecho justicia” (ni menciona el “está
sentado a la derecha del Padre: otra omisión básica), como veremos
más adelante. Otro modo de negar la resurrección sin negarla
abiertamente. ¿Por qué Pagola insiste tanto en reconstruir las
fórmulas de fe de la primitiva comunidad cristiana? Porque así
tendrá espacio libre para interpretar los relatos del sepulcro vacío
y las apariciones (que considera tardíos) como consecuencia de esa “fe” inicial de la
comunidad cristiana. Implícitamente, Pagola está diciendo que lo
contenido en esos relatos no describe hechos reales sino que debe
interpretarse en un sentido simbólico y y figurado (símbolo de esa
“fe” en la resurrección de la primitiva comunidad cristiana, se
entiende).
Entonces
Pagola sale al paso de una posible objeción contra interpretar la
resurrección de modo simbólico, y es que los textos
neotestamentarios dicen que la Resurrección tuvo lugar en un momento
preciso (“al tercer día”), algo que daría a entender que es
algo que ha ocurrido realmente. Un cristiano podría
pensar que ese “resucitó al tercer día” simplemente indica la
distancia temporal entre su muerte y su salida del sepulcro. Pero Pagola no
piensa así. Para él ese “tercer día” no tiene ningún
significado cronológico, pues según él “en el lenguaje bíblico,
el “tercer día” significa el “día decisivo”, concluyendo
que: “Los primeros cristianos creen que, para Jesús, ha llegado ya
ese “tercer día” definitivo”. Frase vaga (aunque en parte
cierta), que permite esquivar cómodamente lo que relatan los textos
neotestamentarios de que al tercer día de la crucifixión varios
amigos (y sobre todo, amigas) de Jesús primero advirtieron que su
cuerpo había desaparecido del sepulcro y luego le vieron vivo de
nuevo. Dice luego que según los primeros cristianos: “Él ha
entrado en la salvación plena”, frase que confieso no entender,
pero que resulta llamativa, porque Pagola, por algún motivo se
resiste a decir lo que claramente figura en los Hechos y en el resto
del NT: que los primeros cristianos pensaban que, resucitado, Jesús
no moriría más. Y luego dice: “Nosotros [los cristianos]
conocemos todavía días de prueba y sufrimiento, pero con la
resurrección de Jesús ha amanecido el “tercer día””. Aquí
está: Pagola admite que, para él, ese “resucitó al tercer día”
es una afirmación que simboliza la nueva situación en que se
encuentran los cristianos tras Su muerte. Curioso, por demás: si
Jesús ha muerto y no ha resucitado, ¿cómo puede haber amanecido
ese “tercer día”? Es verdad que Pagola conoce la objeción de
investigadores serios, que dicen (acertadamente): “La expresión de
la confesión cristiana significaría que
Dios resucitó a Jesús no de una muerte aparente de uno o dos días,
sino de una muerte real, después de tres días”, pero ojo, Pagola
no dice que admita esta tesis, sólo la cita. Quizá le mandaron que
añadiera esta frase para suavizar el contenido del capítulo.
También nos recuerda que la gente de cultura griega se resistía a
la idea de “resurrección”, cosa que
es cierta, pero luego Pagola se va por las ramas y dice que los
predicadores cristianos cambiaron el lenguaje que usaban (según él
empezaron a decir “vivo” en vez de “resucitado”) para que la
cosa fuera más aceptable, como si el problema fuera el lenguaje y no
si la resurrección ocurrió de verdad (pues los griegos no habrían
tenido ningún problema con la “resurrección” entendida al modo
pagoliano pero sí lo tenían y muy gordo con una resurrección
corporal). Añado también que la datación que hace del libro del
Apocalipsis (final del reinado de Domiciano) que utiliza para avalar
sus teorías no es ni mucho menos tan segura como pretende (no son
pocos los especialistas que prefieren datarlo hacia el año 70).
Dicho
esto, Pagola pasa a explicar qué querían decir, según él, los
primeros cristianos cuando hablaban de “resurrección”. Pero aquí
lo que nos va a ofrecer no son sino sus propias ideas, que intentará
“colar” como provenientes de los primeros cristianos para que así
no se note que con ellas se aparta de la fe de la Iglesia. Es verdad
que al principio Pagola parece admitir que la resurrección es un
hecho real, pero el problema radica en la peculiar interpretación
que da de cuál es ese “hecho real”, que en realidad es que la
resurrección no es real sino un símbolo de que lo que Jesús
representa sigue vivo en sus seguidores (que habrían tenido una experiencia subjetiva de Jesús vivo en ellos o algo así), que Dios avala lo que Jesús dijo e hizo y que
por todo ello sigue vivo en nosotros. Pues como ya he anticipado en
los párrafos anteriores y como veremos también más adelante,
Pagola piensa que los relatos del sepulcro vacío y las apariciones
son el resultado de la creencia en la resurrección, no su
fundamento. Es verdad también que parece admitir que esta
resurrección no es un mero retorno a su vida terrena anterior, pero
el problema es que con esto lo que hará más adelante será negar
que se trate de una resurrección corporal. También parece admitir
que la resurrección no es sólo la reanimación de un cadáver, pero
el problema en su modo de ver las cosas es menos, no más (sería
simplemente un “Jesús sigue vivo en sus apóstoles y en sus
seguidores”). En ese sentido, contrapone (atinadamente esta vez) la
descripción que hace el relato del evangelio según san Juan de la
resurrección de Lázaro y el estado del sepulcro vacío tras la
resurrección de Jesús, pero el problema es que (nunca me cansaré
de señalarlo) Pagola no cree que el relato del sepulcro vacío hable
de cosas que ocurrieran realmente. Añadamos también la peculiar
distinción que hace Pagola entre uno y otro: “Lázaro vuelve a
esta vida llena de esclavitudes y tinieblas. Jesús, por el
contrario, entra en el país de la libertad y de la luz”. Nótese
que no dice que Jesús entra en una nueva vida en la que ya no morirá
jamás y ya no padecerá ni esclavitudes ni tinieblas, sino que
“entra en el país de la libertad y la luz”, algo que se puede
entender en sentido simbólico y figurado. Y si bien dice que la vida
de Jesús es “Una vida liberada donde ya la muerte no tiene ningún
poder sobre él”, la negación posterior de los relatos de las
apariciones viene a arrojar dudas sobre lo que Pagola quiere decir.
En
efecto: Pagola, en relación con esta última cuestión, afirma,
misteriosamente, que: “los relatos evangélicos sobre las
“apariciones” de Jesús resucitado pueden crear en nosotros
cierta confusión”, lo que traducido al lenguaje corriente
significa: no te equivoques, no debes tomarlos al pie de la letra,
primer paso en el camino de negar que describan hechos reales. Les
quita valor afirmando que están compuestos entre los años 70 y 90
(algo en lo que insistirá mucho), sin argumentar jamás esta
datación (yo replico de una vez para siempre que no es PARA NADA
seguro que los Evangelios se escribieran en fecha tan tardía). Niega
rotundamente que los relatos evangélicos describan cosas que pasaron
de verdad pero lo hace sibilinamente para que no se le note: “No
pretenden ofrecernos información para que podamos reconstruir los
hechos tal como sucedieron, a partir del tercer día después de la
crucifixión”. Y después afirma explícitamente que deben
interpretarse en sentido poético y simbólico: “Son “catequesis”
deliciosas que evocan las primeras experiencias para ahondar más en
la fe en Cristo resucitado y extraer importantes consecuencias para
los creyentes”. Anoto para los lectores confundidos por la verborrea pagoliana que si bien es
indiscutible que los relatos evangélicos pretenden ahondar la fe en
Cristo y extraer consecuencias, y que tampoco son una reconstrucción
cronológica y exacta de todo lo que pasó aquél inolvidable domingo
9 de abril del año 30 de nuestra era (la fecha más probable), eso
no es incompatible con que hablen de lo que pasó realmente.
Pagola
ahora sale al paso de otra posible objeción a sus tesis: “Según
los evangelistas, Jesús puede ser visto y tocado, puede comer, subir
al cielo hasta quedar ocultado por una nube”, lo que da a entender
que estamos hablando de una resurrección corporal pues Jesús puede
ser visto y tocado. Pero a esto Pagola responde que no podemos
entender estos relatos de manera “material”. O sea, que no
debemos creer que narran lo que realmente pasó. Después, Pagola, al
analizar más detalladamente los relatos de las apariciones, dice en
un sitio “Jesús ha regresado de nuevo a esta tierra para seguir
con sus discípulos como en otros tiempos”, y en otro “Sin duda
es Jesús, pero con una existencia nueva”. Afirma una cosa y la
contraria en pocas líneas, de manera que nos deja envueltos en un
mar de dudas. De este modo, la mente del incauto lector queda
preparada para el siguiente ataque: Pagola va a darnos su explicación
de esa “existencia nueva” (o más bien inexistencia, como
veremos), que equivale a todos los efectos a negar la resurrección.
Pero
fijémonos aquí en una cosa: Pagola no expone nunca su tesis de un
modo claro y preciso como hago yo (o al menos lo intento) sino que la
va dejando caer poco a poco para que cale bien en el ánimo del
lector y no despierte recelos. Nos advierte que los evangelistas, al
hablar de la resurrección, no están hablando sólo de una
“inmortalidad del alma”, cosa que es verdad, pero luego
descarrila cuando dice: “cuando hablan de “cuerpo” están
pensando en la persona con todo su mundo de relaciones y vivencias”.
Traducido al lenguaje corriente: el “cuerpo” del que hablan los
relatos neotestamentarios no es más que un símbolo, no algo físico
y real (con lo que casi tenemos reintroducida la vieja herejía
docética). Más aún, Pagola insiste en que para los autores de los
relatos neotestamentarios “es impensable imaginar a Jesús
resucitado sin cuerpo”, con lo cual se delata: el presentar a Jesús
con cuerpo parece ser simplemente algo que se han inventado los
apóstoles (si no, ¿a qué viene eso de “imaginar”?) para hacer
más digerible la doctrina de la resurrección (entendida al modo
pagoliano, claro). ¿Y en qué se basa para ese peculiar concepto de
“cuerpo”? Simplemente en lo que han dicho una lista de autores
que nada dirán al no especialista. Por supuesto, nada de justificar
por qué esos y no otros.
Quizá
parezca que soy demasiado duro con Pagola. Pero no es así, pues en
su siguiente afirmación dice que: “no están pensando en un cuerpo
físico, de carne y hueso, sometido al poder de la muerte, sino en un
“cuerpo glorioso” que recoge y da plenitud a su vida concreta
desarrollada en este mundo”. Cosa que es verdad a medias. Cierto
que (como se deduce de los Hechos de los Apóstoles) los primeros
cristianos creen que este cuerpo glorioso no está ya sometido al
poder de la muerte, pero por otra los Apóstoles atestiguan que
al menos durante un tiempo era lo bastante físico como para ser
visto y tocado. Es verdad que luego se le llamaría “cuerpo
glorioso”, pero luego Pagola descarrila con la extraña e
incomprensible frase que viene a continuación, al decir que ese
“cuerpo glorioso” “recoge y da plenitud a su vida concreta
desarrollada en este mundo”. ¿ Pagola cree que ese cuerpo es REAL,
que durante los días siguientes a Su resurrección pudo VERSE y
TOCARSE? Él no dice ni que sí ni que no, pero lo que viene
después da a entender que no, que no lo cree, porque según él (aunque
intente ampararse en san Pablo), ese “cuerpo” (las comillas son
de Pagola, y son en sí muy significativas) “recoge y da plenitud a
la totalidad de su vida terrena”. Traducido al lenguaje común: el
“cuerpo” es un símbolo para indicar “toda la vida terrena de
Jesús, todo lo que dijo e hizo”. No es un cuerpo real. Pero siendo
así, Pagola está negando la resurrección corporal de Jesús.
Dicho
esto, Pagola nos da un recital de mala teología (que no historia, por más que este libro se titule "aproximación histórica") acerca del “cuerpo glorioso” así entendido. En un principio pensé en desmenuzar lo que decía pero
luego renuncié: tal es la maraña de sofismas, verdades a medias,
omisiones y tergiversaciones en que se enreda. Eso por no hablar de
que al negarse el elemento esencial (resurrección corporal de Jesús,
de manera que los discípulos pueden verle y tocarle) todo lo demás
queda viciado. Simplemente espigaré algunas frases representativas.
Como ésta: “Cuando todo parece hundirse sin remedio en el absurdo
de la muerte, Dios comienza una nueva creación”, con lo que da a
entender que la “resurrección” no sería sino un símbolo ideado
por los primeros cristianos para hablar de esa “nueva creación”.
¿Por qué no empezó por ahí? O esta otra: “La resurrección no
pertenece ya a este mundo que nosotros podemos observar”, algo que
da a entender que le horroriza la idea de que, como nos narran los
Evangelios y como nos enseña el Catecismo, deje huellas observables
en este mundo, como el sepulcro vacío, los lienzos vaciados, y las
apariciones (a los que, nunca insistiré lo bastante, Pagola quita
todo valor). El desagrado de Pagola por los hechos visibles y
tangibles indica una peligrosa tendencia gnóstica. Como gnóstica es
otra expresión: ”no es propiamente un “hecho histórico”, como
tantos otros que suceden en el mundo y que podemos constatar
y verificar, pero es un “hecho real” que ha sucedido realmente”.
Ahora bien, no podemos constatarlo ni verificarlo, ¿qué quiere
decir con que ha sucedido realmente? Pagola no nos lo aclara.
Extrañamente, dice que para los primeros creyentes, la
Resurrección “es el hecho más real, importante y decisivo que ha
ocurrido para la historia humana, pues constituye su fundamento y su
verdadera esperanza”. Lo cual es verdad, pero no entendido en el
sentido que él le da, pues para un cristiano la resurrección no es
una experiencia subjetiva que tuvieron los apóstoles (como pretende
Pagola) sino algo muy real.
Claro
que todo esto palidece al lado del destrozo que hace nuestro hombre
de las enseñanzas de San Pablo, que mutila, tergiversa y deforma a
placer. Una vez más, no entraré con detalle a analizar lo que dice,
sino que espigaré algunas frases representativas. Por ejemplo,
Pagola pretende que para San Pablo, Jesús “lleno de esa fuerza
divina puede ser llamado “Señor””, como si todo fuera cosa de
“fuerzas” y Jesús no fuera Dios. Pues no, a Jesús se le puede
llamar Señor porque es Dios, y así lo dice San Pablo en infinidad
de ocasiones. Punto. Pretende que para San Pablo “ha sido
resucitado por la “gloria” de Dios, es decir, por esa fuerza
creadora y salvadora en la que se revela lo grande que es”.
Fijémonos que ahora ya no dice que lo resucitara Dios, dice que lo
resucitó una misteriosa “fuerza creadora y salvadora”. Al hablar
del “cuerpo glorioso”, lo define de este extraño modo:
“personalidad rebosante de la fuerza gloriosa del mismo Dios” (el
Catecismo de la Iglesia Católica lo describe, por el contrario, de
este modo: “no está situado en el espacio ni en el tiempo pero
puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere
porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra”. Pagola,
obviamente, ni se preocupa por mencionarlo). Da esta peculiar
definición de la expresión “cuerpo espiritual” que aparece en 1
Corintios, que sería aquél que está: “plenamente vivificado por
el aliento vital y creador de Dios”, algo tan vago que puede
significar cualquier cosa.
Puede ser ortodoxa o no serlo. Y a juzgar por
todo lo antedicho y por todo lo que viene luego, no lo es, porque
puede entenderse como “Jesús vivo en su comunidad”. Claramente,
Pagola está retorciendo los textos paulinos para acomodarlos a su
modo de ver las cosas. Que es ésta: tras la
muerte del Señor, los cristianos, guiados por una misteriosa
“fuerza”, recrearon y reimaginaron a Jesús hasta convertirlo en
un nuevo ser que es más “real” que el Jesús histórico y que
vive en ellos.
No
contento con esto, Pagola procede a triturar la enseñanza
neotestamentaria sobre la resurrección universal (y que también
proclamamos en el credo). Y la tritura omitiendo puntos
fundamentales. Por ejemplo, si bien admite que: “Los primeros
cristianos piensan que con esta intervención de Dios se inicia la
resurrección final, la plenitud de la salvación”, luego omite
cuidadosamente que esta salvación implica una destrucción de la
Muerte. Admite que: “Él se nos ha anticipado a disfrutar de una
plenitud que nos espera también a nosotros”, pero omite que esta
plenitud significa que ya no volveremos a morir una vez que hayamos
resucitado. Y si bien dice que esa resurrección “es el fundamento
y la garantía de la resurrección de la humanidad y de la creación
entera”, se omite que la resurrección REAL de Jesús es la que
hace posible que 1)nosotros resucitemos algún día con nuestros
cuerpos y 2) la gran renovación de la creación que se producirá
entonces, lo que los teólogos llaman “palingenesia” . Al omitir
estos dos detalles esenciales, lo que realmente quiere decir Pagola
con esa frase tan aparentemente ortodoxa es: cuando la humanidad como
colectivo haya hecho suyas las enseñanzas de Jesús, se abrirá una
nueva y grandiosa etapa, y la Resurrección general no es sino un
símbolo de esta nueva etapa, un símbolo de la nueva humanidad.
Después de esto, ¿puede alguien decir que el libro de Pagola no es
herético?
En
el siguiente apartado de este capítulo, “El camino a la nueva fe
en Cristo resucitado”, Pagola pretende describir el paso intermedio
entre la muerte de Jesús en la cruz y los discípulos enseñando
que había “resucitado”. La fe católica describe así ese
“camino”: tras advertir que su cadáver había desaparecido del
sepulcro, le vieron vivo de nuevo, hablaron con él y oyeron sus
palabras y hasta pudieron tocarle, y luego, después de Pentecostés
y comenzando ese día proclamaron abiertamente este hecho. Pero
Pagola, como (nunca insistiré lo bastante) no cree que los relatos
del sepulcro vacío y las apariciones narren cosas que pasaron
realmente y como además omite toda mención a la predicación del
día de Pentecostés, no lo ve así (por más que llame “asombroso”
a lo que proclamaban los discípulos, como si la resurrección tal
como la imagina tuviera algo de “asombroso”). Su respuesta a
cómo llegaron a esta “fe” en la Resurrección es, por el
contrario, ésta: lo que ocurrió fue una “experiencia primera que
desencadena su entusiasmo por Cristo resucitado”. Ahí lo tenemos.
No es que vieran y tocaran los lienzos vacíos o que vieran y tocaran
al Señor, y hablaran con él y comieran con él. Todo es una
misteriosa “experiencia” (término que gusta muchísimo a Pagola)
que hace que les entren muchas ganas de hablar de Jesús, pensar en
él, recordarle, etc.
Para
lograr lo que pretende (que no es sino negar la resurrección de
Jesús pero cuidando de que no se le note) empieza (como hace en
muchos otros puntos de su libro) sembrando dudas sobre los relatos
evangélicos, por ejemplo: “No es posible, con métodos históricos,
penetrar en el contenido de su experiencia”. Nótese la frase
“penetrar en el contenido de su experiencia”. Uno creería que lo
que nos interesa es saber si esos relatos dicen la verdad, no
meternos dentro de la cabeza de los primeros cristianos, ¿o no?
Admite que: “la fe de estos seguidores no se apoya en el vacío”,
lo cual es cierto, pero sólo si vieron y oyeron lo que dicen haber
visto y oído. Pero como Pagola no admite esto, se va por las ramas y
dice: “han vivido un proceso que no solo ha reavivado la fe que
tenían en Jesús, sino que los ha abierto a una experiencia nueva e
inesperada de su presencia entre ellos”, curiosa experiencia ésta
si no estaba realmente entre ellos, eso por no hablar de lo raro que
suena “han vivido un proceso”, como si todo pasase dentro de sus
cabezas. Pagola está preparando el camino para su tesis: que los
relatos de las apariciones son puramente simbólicos, poéticos, en
los que se pretende “evocar” esa serie de experiencias subjetivas
en las que, en cierto modo, se reimagina a Jesús, se le reinventa,
se crea un nuevo Jesús (el Cristo de la fe frente al Jesús
histórico, por emplear la terminología habitual de los teólogos
“progresistas”).
Pagola
ve ese “proceso” como largo y complejo. Naturalmente, ni una
palabra sobre el hecho de que según los Evangelios y los Hechos todo
sea en realidad muy sencillo (los discípulos estaban tristísimos
pero al ver y tocar a Jesús resucitado todo cambió) porque ya ha
“establecido” que esos relatos de apariciones no tienen valor
histórico. Según él, consistió en reflexión sobre lo ocurrido
apoyada sobre su confianza en Dios, en recuerdos y evocaciones de lo
que habían vivido con Jesús, en hacerse preguntas, combinado con
algún acontecimiento inesperado (Pagola no concreta en qué puedan
consistir esos “acontecimientos”), alguna experiencia en la que
sintieron gran fe, etc. A juzgar por la seguridad con que describe lo
que supuestamente pasó, se creería que Pagola pudo entrevistar
personalmente a los apóstoles (así criticaba el papa San Pío X a
los teólogos modernistas como Loisy o Tyrrell, los verdaderos
antecesores de Pagola, que rastreramente ni se molesta en
mencionarlos). Para Pagola, este (ficticio) proceso “ha ido
contribuyendo a despertar en ellos una fe nueva en Jesús”, algo
que en realidad es negar la resurrección, pues tal como lo ve Pagola
esa “fe nueva en Jesús” no sería otra cosa que “otro modo de
ver a Jesús, de conocerle, imaginarle”, etc., fruto de un
misterioso “proceso” y de unas no menos misteriosas
“experiencias”. Quizá dándose cuenta de que ese modo de ver las
cosas lo reduce todo a pura experiencia interior, retrocede un poco y
afirma expresamente que no todo es reflexión, pero luego se va otra
vez por las ramas y dice que lo que pasó es que Dios les guió en
ese proceso de reflexión y cavilación hasta llevarles a una
conclusión firme. Ni que decir tiene que en ningún momento se
argumenta por qué debemos aceptar este modo de ver las cosas sino
que Pagola, aquí como en muchos otros sitios, se vuelve a esconder
detrás de los “expertos”, para los que lo esencial sería el
“proceso” global y no las experiencias concretas. Lo que hace es
negar la resurrección sin negarla abiertamente. Todo es pura
experiencia subjetiva, y los relatos de las apariciones no son sino
representaciones poéticas y simbólicas de esa experiencia, por muy
inspirada por Dios que esté. Uno podría pensar que los Evangelios y
los Hechos no dan tiempo (¡40 días de apariciones y 10 días más
para Pentecostés, en que comienzan a predicar la resurrección!)
para ninguna clase de “proceso” que dé lugar al nacimiento de
una “fe” entendida al modo pagoliano, pero nuestro hombre tiene
la respuesta, sin más argumento que el “lo dicen los autores”:
para él ese plazo de 40 días es “meramente convencional”. Sin
entrar a analizar este aspecto, hago notar que aquí una vez más
omite lo esencial (aquí, como en otros puntos, las omisiones son
capitales): que EXACTAMENTE 50 días después de la Pascua se
celebraba la fiesta judía de Pentecostés, en la que se nos dice
clarísimamente que los Apóstoles proclamaron a gritos la
Resurrección de Jesús, para escándalo e irritación de los
sanedritas.
Quizá
dándose cuenta de la vaguedad de su “explicación”, Pagola
retrocede un poco e intenta asociar ese “proceso” de reflexiones
y preguntas con la creencia en la “resurrección de los justos”
que, efectivamente, estaba ya bastante extendida en tiempos de Jesús, pero el
problema es que esa resurrección se esperaba ¡PARA EL FINAL DE LOS
TIEMPOS! La sola idea de una resurrección cuando no había llegado
el final de los tiempos era contradictoria con esta esperanza de
manera que difícilmente pudo haber tenido que ver en el nacimiento
de la “fe” en la resurrección como la ve Pagola. Increíblemente,
Pagola admite este hecho, pero no parece darse cuenta de
que con eso deja sin valor todo lo dicho por él sobre la doctrina de
la resurrección de los justos. Y lo cierto es que no resuelve esta
contradicción sino que se limita a lanzar una conjetura sin base
alguna: “la evocación de mártires concretos resucitados por Dios
les pudo permitir superar más fácilmente el escándalo de la cruz”.
Problema: que Pagola no cita ningún ejemplo concreto. Y omite un
pequeño detalle sin importancia: que en la tradición judía no
había NINGÚN caso de mártir resucitado por Dios (existía la
esperanza de que Dios les resucitaría, pero, insisto, no todavía).
Sí algún caso de hombre santo “arrebatado” misteriosamente al
cielo (Elías y Enoc), pero no “resucitado”. ¿Pagola no se da
cuenta de que, puestos a imaginar, les era mucho más fácil a los discípulos el decir
que Jesús había sido “arrebatado” al cielo y que su muerte era sólo aparente (de hecho, los gnósticos en el siglo II y Mahoma siete siglos
más tarde harán justamente eso) que decir que había sido “resucitado”?
Evidentemente, no.
Otro
problema adicional es que la visión que tenían los primeros
cristianos de lo que implicaba la resurrección de Jesús se da de
patadas con un detallito de esa doctrina que Pagola por lo menos
parece conocer: “La resurrección de estos mártires solo le afecta
a cada uno de ellos; nada tiene que ver con la salvación de los
demás seres humanos”. Muy cierto, pero eso contradice el hecho
(que Pagola, por lo menos, admite) de que “los seguidores de Jesús
terminan hablando de su resurrección como fuente de salvación para
toda la humanidad, “primicia” de una resurrección universal”.
Pagola aquí parece andar falto de fuerzas, pues no nos aclara cómo
a los primeros cristianos se les ocurrió la idea de que la
resurrección de Jesús es primicia de la nuestra si no estaba
contenida en la doctrina de la resurrección de los justos. La fe
católica tiene la respuesta: se lo dijo el mismo Jesús, como
cuentan los Evangelios, particularmente el de san Juan. ¿Qué hace Pagola entonces? Pues, apoyándose
en su redefinición de “resurrección”, intenta meterse otra vez
en las cabezas de los primeros cristianos, haciendo pasar sus propias
ideas por las de éstos. Así, para él “Los discípulos habían
quedado muy “marcados” por Jesús”, con lo que: “Habían
experimentado en Jesús la irrupción de la fuerza y el amor salvador
de Dios, ¿no estaban experimentando ahora en su resurrección la
irrupción liberadora de Dios inaugurando ya el reino definitivo de
la vida?”. Esto suena casi ortodoxo, pero... al negar todo valor a
los relatos del sepulcro vacío y las apariciones en realidad lo que
está haciendo es identificar la resurrección con esa “irrupción
liberadora de Dios”, que en realidad se refiere a una “liberación”
en un sentido puramente mundano (nada de liberación del pecado o del
demonio), como se desprende de las afirmaciones que hace en los
capítulos anteriores .
Dicho
todo esto, Pagola vuelve a su posición inicial : todo es
“experiencia”, como se ve del título del siguiente apartado del
capítulo: “La experiencia decisiva”. Nos dice: “Esta es la
convicción de los discípulos: Dios está haciendo presente a Jesús
resucitado en sus corazones”. Véase cómo Pagola no dice: “los
discípulos ven y tocan a Jesús” sino que Dios le hace presente en
sus corazones. O dicho de otro modo: para Pagola la resurrección no
es sino un término para describir esa nueva situación en que Jesús
está presente en los corazones de los discípulos. Poco importa que
Pagola diga como dice que es obra de Dios, porque eso es casi como
decir que todo es una alucinación, una ilusión, inducida por Dios.
De hecho, Pagola luego dirá: “En algún momento caen en la cuenta
de que Dios les está revelando al crucificado lleno de vida”, es
decir, más experiencia subjetiva, pero ¿qué quiere decir esto, si
no se admite que Jesús ha resucitado para no volver a morir? ¿Estaba
o no estaba lleno de vida el Crucificado (entiendo: lleno de vida en
el sentido corriente de la expresión)?¿Era todo visión subjetiva
(o sea, alucinación o delirio)? La frase de Pagola: “Es ahora
cuando le están “viendo” realmente, en toda su “gloria” de
resucitado” da a entender que sí (las comillas que enmarcan ese
“viendo” son de Pagola). Es decir: Jesús no resucitó pero los
apóstoles lo “experimentaron” resucitado y la “visión” en
realidad es visión interior.
¿Exagero
viendo heterodoxias donde no las hay? La pregunta que se hace Pagola:
“¿Cómo entienden los discípulos lo que les está ocurriendo?”
deja claro que no. Para él, a los discípulos les “ocurre” algo
que tienen que “entender”. Pagola, tras citar la expresión “se
deja ver” que leemos en los textos neotestamentarios que describen
las apariciones del Señor, la interpreta al revés de su sentido
obvio (que sería que Jesús resucitó realmente, pero que sólo
podían verlo aquéllos que Él decidía): “el resucitado actúa en
sus discípulos creando unas condiciones en las que estos pueden
percibir su presencia”. O sea: juega con sus mentes para que ellos
crean verle. Pero ¿cómo podía hacer eso si no estaba realmente
vivo? Viceversa, si es capaz de hacer eso, ¿ no es capaz también de
hacerse presente en medio de ellos como narran los Evangelios? Se ve
que negar la resurrección sin negarla abiertamente es más difícil
de lo que parece. Añado que aquí como en muchas otras partes su
único argumento es “los expertos lo dicen”.
Viendo
que su postura es insostenible desde un punto de vista católico,
Pagola intenta refugiarse en los textos neotestamentarios,
concretamente en la experiencia de Pablo, pero una vez más vuelve a
mutilarlos y falsearlos a placer. Por ejemplo, afirma que Pablo es el
único que habla de lo que ha vivido directamente (eso es falso,
primero porque los Evangelios se basan en testigos oculares y segundo
porque la experiencia de Pablo no es igual a la de los apóstoles
porque no toca a Jesús ni come con Él). Extrañamente, admite que:
“En ningún momento la describe o explica en términos
psicológicos”, que es lo contrario de lo que acaba de hacer con
los discípulos. Pero luego vuelve a las andadas, olvidando el
detalle fundamental (¿pasó o no?) para saltar aquí también al
efecto que ese “encuentro” con Jesús resucitado produce en
Pablo. De este modo, el “encuentro” se puede interpretar como una
experiencia puramente interior que transforma a Pablo. Aquí, como
siempre, las omisiones son esenciales, pues Pablo distingue
claramente la aparición en el camino a Damasco de las diversas
visiones interiores que tiene, pero Pagola no dice ni palabra sobre
esto..
Dicho
esto, Pagola procede a demoler los relatos evangélicos de las
apariciones (que ya antes ha vaciado de contenido). Insiste en que
son tardíos, sin dar argumentos —replico una vez más que esta
datación no es tan segura ni tan firme como Pagola pretende hacernos
creer— y dice que esos relatos “evocan los primeros “encuentros”
de los discípulos con Jesús resucitado”. Nótense las comillas,
que dan a entender que esos encuentros no son tales encuentros sino
otra cosa que no se sabe muy bien qué es. Luego siembra más dudas
(nada que no hayan hecho antes los críticos “racionalistas”)
pero sin llegar a rechazarlos abiertamente, para acabar quitándoles
todo valor, concluyendo con certeza que nada se puede concluir con
certeza, habla de quienes se empeñan (sic) en rastrear huellas
históricas, como si quienes pensamos que narran lo que pasó
fuéramos unos bichos raros, resume (mal) las posturas de los
“expertos” (diciéndonos falsedades como que “la primacía de
la aparición a María [fue], silenciada luego en la tradición”
(es mentira, porque Marcos lo dice claramente, la tradición oriental
nunca la olvidó y la occidental la ha recuperado), y lanza
insinuaciones del tipo: “algunas experiencias se vivieron en el
contexto de comidas o cenas en que se recordaba con más intensidad a
Jesús”, que es tanto como decir: el comer y hablar de Jesús les
predisponía a creerse que Jesús estaba con ellos. Curiosamente,
Pagola no se compromete demasiado sino que se refugia tras la
explicación poética y simbólica, que ya anticipó anteriormente:
para él, esos relatos “son, más bien, una especie de “catequesis”
compuestas para ahondar en diversos aspectos de la resurrección de
Cristo”. Admite que: “no han surgido de la nada, sin base alguna
en la realidad, sino que recogen múltiples vivencias que todavía se
recuerdan entre los cristianos” pero lo dice con un lenguaje muy
vago, no sea que se delate negando abiertamente la realidad de las
apariciones. En vez de aceptar la explicación evidente (narran lo
que pasó) intenta hacernos creer que los evangelistas eran
gnósticos: “lo que quieren es hacer entender a todos que su vida y
su muerte han de ser comprendidas en una dimensión nueva”, algo
que sencillamente no me trago. Es cierto que, según Pagola, los
autores evangélicos nos dicen que “[Jesús] ha sido resucitado por
Dios y sigue lleno de vida acompañando a los suyos”, pero a la
vista de lo que antecede y lo que sigue, ese “lleno de vida”
quiere decir realmente “vivo en sus seguidores”.
Dicho
esto, Pagola vuelve a su posición de que todo fue una “experiencia”
que “transformó” a los seguidores de Jesús. Por supuesto, el
encontrarse cara a cara vivito y coleando con aquél a quien habían
visto clavado desnudo en un madero fue una experiencia impactante
capaz de transformar a cualquiera. Sin embargo, Pagola no va por ahí
sino en esta otra dirección: todo fue puramente subjetivo y los
textos son simbólicos, poéticos y debemos aprender a leerlos
correctamente, por supuesto bajo la guía de los “expertos”¿Y
dónde entonces queda la alabanza de Jesús a los sencillos si a la
hora de la verdad quienes deciden son los expertos? Pagola parece
olvidarlo, como se ve de su interpretación: no son “descripciones
concretas sobre lo ocurrido, sino procedimientos narrativos que
tratan de evocar, de alguna manera, la experiencia de Cristo
resucitado”. ¿Pero a qué viene todo esto? ¿Qué trabajo cuesta
decir: “narrar los encuentros con Cristo resucitado?” A menos que
no se crea en la resurrección pero se esté buscando un modo de
acomodar los textos a una interpretación puramente “subjetiva”
de lo que pasó. Es verdad que luego Pagola dice cosas como: “El
núcleo central es, sin duda, el encuentro personal con Jesús lleno
de vida”, “Jesús vive y está de nuevo con ellos”, “Los
discípulos se encuentran con aquel que los ha llamado al servicio
del reino de Dios”, etcétera. Pero su frase: “Las cosas,
probablemente, no ocurrieron exactamente así” nos desengaña:
cuando dice todo eso, no piensa en ningún momento que pasara
realmente. Porque para él lo que hacen los relatos es: “evocar de
manera más expresiva algo de lo que viven estos hombres y mujeres
cuando experimentan de nuevo a Jesús en sus vidas”. Aquí está la
clave: es lenguaje poético (ese “evocar”) para describir un
subjetivo “experimentar” a Jesús en tu vida. Es difícil captar
la trampa puesto que obviamente, ¿quién no quiere experimentar a
Jesús en su vida?, pero el problema es que Pagola lo reduce todo a
experiencia subjetiva sin tener en cuenta el hecho básico: ¿tras
esa “experiencia” hay un encuentro REAL con una Persona? Con
esto nos acercamos bastante a la negación abierta de la
Resurrección.
Pero
llamativamente Pagola no sigue por ese camino sino que vuelve a
retroceder, obsequiándonos con frases que parecen de perfecta
ortodoxia, como ésta: “Los relatos insisten en que es Jesús el
que toma la iniciativa”. Pero… ¿cómo puede Jesús “tomar la
iniciativa” si no está realmente vivo?, me pregunto (Pagola no nos
lo aclara). Y después, salta taimadamente de “ese encuentro supuso
esto y aquello” a “el encuentro consiste realmente en esto y
aquello”. Así, dice: “Es él quien se les impone lleno de vida”,
“Es él quien se hace presente en sus vidas desbordando todas sus
expectativas”, “Se trata, según los relatos, de una experiencia
pacificadora que los reconcilia con Jesús”, pero nótese que, una
vez negadas las apariciones, todo esto es interpretable en un sentido
puramente subjetivo: “todo es una experiencia abrumadora que les
hace sentirse perdonados” (luego dirá nuevamente: “El encuentro
con Jesús es una experiencia de perdón”). Que mi interpretación
es atinada nos lo demuestra esta cita de Schillebeeckx : “este
perdón es “la experiencia que, iluminada por el recuerdo de la
vida terrena de Jesús, viene a ser la matriz donde nace la fe en
Jesús en cuanto resucitado”. En plata: esta experiencia subjetiva
de sentirse perdonados a la luz de la vida terrena de Jesús es la
que les lleva a creerse que Jesús ha resucitado. No el verle,
tocarle, etc. Sino una experiencia puramente subjetiva. Obviamente la
cuestión acerca de qué perdón hablamos si no le han visto
realmente o de qué valor tiene el “sentirse perdonados” si no
hay un perdonador queda sin contestar. Da igual que luego diga:
“Según los relatos, el encuentro con el resucitado transforma de
raíz a los discípulos”, porque, insisto, para Pagola todo es
experiencia subjetiva. No es un encuentro real con una Persona.
Pagola, entonces, intenta utilizar como ejemplo de sus tesis el
famoso relato de los discípulos de Emaús: “El relato de Emaús
describe como ningún otro la transformación que se produce en los
discípulos al acoger en su vida a Jesús resucitado”. Uno pensaría
que simplemente describe una aparición de Jesús que causó especial
impacto pero Pagola astutamente olvida el contenido del relato para
centrarse una vez más en lo que sentían y pensaban los discípulos
(como se ve de expresiones como “transformar de raíz”, “sentirse
perdonados”, etc.) e interpretar la narración de los hechos como
un efecto de esa transformación, esa experiencia. Fijémonos bien en
la expresión que usa en un momento determinado: “experimentarlo
lleno de vida”. No verlo, oírlo, hablar con él, verle partir el
pan, sino “experimentarlo”. Y es esa “experiencia” (no el
verlo y oírlo) la que hace que descubran “que sus esperanzas no
eran exageradas”. Es lo de siempre: Pagola retuerce los textos para
acomodarlos a su hipótesis. Poco importa a la vista de esto que
Pagola califique al relato de “extraordinario” o que diga que:
“Merece ser saboreado despacio”.
Hecho
esto, Pagola destroza el mandato misional de Jesús a los apóstoles,
que describe así: “Este encuentro con el resucitado es algo que
está pidiendo ser comunicado y contagiado a otros”. Fijémonos que
los Evangelios y otros textos neotestamentarios hablan de que los
discípulos trasmiten “lo que han visto y oído”, no comunican
ninguna “experiencia subjetiva”, pero eso no parece importarle a
Pagola, para quien todo es pura experiencia subjetiva que te
“transforma” (también podría “transformarte” un chute de
heroína o una raya de cocaína, pero no por eso tengo interés en
probarlas), y la misión no consistiría sino en comunicar esa
“experiencia”. Vemos también que dice: “Encontrarse con él es
sentirse llamado a anunciar la Buena Noticia de Jesús”, donde da
nuevamente el salto del hecho en sí a las consecuencias que este
tiene en uno (“sentirse llamado a anunciar”), para pasar
únicamente a estas últimas. Ciertamente Pagola dice: “Los relatos
insisten sobre todo en la experiencia que han vivido los Once”,
pero luego les quita todo valor diciendo: “las palabras
que cada evangelista pone en boca del resucitado no son términos
pronunciados por Jesús en una aparición”, añadiendo, por
supuesto, que los relatos son tardíos. Todo, una vez más, es
“experiencia”. Tras intentar oponer a los relatos unos con otros
(otro método muy querido por Pagola) para demostrar que no describen
cosas que pasaron realmente, concluye así que la idea central es:
“suscitar discípulos y discípulas que
aprendan a vivir desde Jesús y se comprometan con el gesto del
bautismo a seguirle fielmente”. Aquí Pagola se ha descuidado y se
le ha escapado que para él el bautismo sólo es un “gesto” que
compromete a hacer eso de “vivir” desde Jesús que no se sabe muy
bien qué es si todo es una “experiencia”. Pagola después dice
que esta llamada misionera (si es que podemos denominarla así) es
para todos: “Todos los que se encuentran con el resucitado escuchan
la llamada a contagiar su propia experiencia a otros”, insistiendo
una vez más en lo de “experiencia”, que parece ser una obsesión.
Dice: “Entre los cristianos de la segunda y tercera generación se
recordaba que había sido el encuentro con Jesús vivo después de su
muerte lo que había desencadenado el anuncio contagioso de la Buena
Noticia de Jesús”, algo que sonaría bien si no fuera porque ya
nos ha quedado claro que ese “encuentro” en realidad no es tal
encuentro. Todo es una misteriosa “experiencia subjetiva” que de
algún modo hace que te entren muchas ganas de hablar de lo que Jesús
dijo e hizo (interpretado, por supuesto, al modo de Pagola). No hace
falta que diga que para Pagola los relatos de la Ascensión no tienen
ningún valor histórico. Aquí por lo menos habla con claridad, pues
nos dice: “La “ascensión” es una composición
literaria imaginada por Lucas”, por supuesto sin la menor prueba
salvo el sempiterno testimonio de los “expertos”.
Pagola
entonces parece darse cuenta de que ha olvidado un punto fundamental
y así le da este título al apartado siguiente: “¿Quedó vacío
el sepulcro de Jesús?”. El lector que me haya seguido hasta aquí
intuirá que la respuesta que Pagola da es “no”. Pero ojo, no la
da abiertamente, sino que dirá que se puede creer en Jesús
resucitado y no creer que el sepulcro quedara vacío. ¿Cómo lograr
esto, que a primera vista parece contradictorio? Pues haciendo algo
parecido a lo que hemos visto con los relatos de las “apariciones”:
sembrar dudas, vaciarlos de todo contenido fáctico y luego
reinterpretarlos en sentido simbólico y figurado. El primer paso es
negarles independencia (sin dar ninguna prueba, ni siquiera el
testimonio de “expertos”, omitiendo explicar las divergencias
entre los tres relatos que vuelven dudosa esa dependencia). Tras
resumir brevemente el relato de Marcos, Pagola dirá que es “tardío”
(insisto una vez más en que para nada es seguro que los Evangelios
sean tardíos), para pasar a insinuarnos que todo fue una creación
de la comunidad cristiana. ¿Cómo? Pues concentrándose en primer
lugar en lo decían y pensaban los primeros cristianos (en este caso
a lo que, según él, NO decían): “las primeras confesiones e
himnos litúrgicos que hablan de la resurrección de Jesús o de su
exaltación a la vida de Dios no dicen nada del sepulcro vacío”,
omitiendo por todo el morro las alusiones al “no conoció la
corrupción” que encontramos en Hechos, volviendo después al
“argumento” cronológico: “solo se habla del sepulcro vacío a
partir de los años setenta”, sin pruebas como es habitual (salvo
que admitamos, cosa que yo no hago, que los Evangelios son tardíos).
Pretende que el sepulcro vacío no tuvo importancia en el nacimiento
de la fe en la Resurrección, la “fe” entendida al modo
pagoliano, obviamente, pero no se da cuenta del absurdo en que
incurre. Porque veamos: si el sepulcro no hubiera quedado vacío
habría sido facilísimo desacreditar esa predicación mostrando el
cadáver o como mínimo la ubicación exacta del sepulcro para que la
gente pudiera verificar por sí misma, pero Pagola nada dice al
respecto (pues, como ya apunté, omite toda alusión a la predicación
el día de Pentecostés) y opta nuevamente por hacer historia-ficción
del desarrollo de las fórmulas de fe, insistiendo en que sólo muy
tardíamente integraron el recuerdo del sepulcro vacío, también sin
prueba alguna salvo el habitual testimonio de “expertos”,
“investigadores”, “autores”.
Quizá
dándose cuenta de que el no hacer ninguna alusión a lo ocurrido con
el cadáver del Señor debilita su postura, Pagola retrocede un poco
y ataca los relatos sobre el entierro de Jesús a fin de, habiéndolos
destruido, apoyar su tesis de que los relatos del sepulcro vacío no
hablan de lo que pasó realmente. Abre su acometida con una
afirmación tajante de que lo que cuentan no es lo que pasó, pero
dicha suavemente: “no es fácil saber si las cosas sucedieron tal
como se describen en los evangelios”. Luego se esfuerza en negar el
clarísimo dato evangélico de que a Jesús lo enterraron en una
tumba recién excavada propiedad de un rico local llamado José de
Arimatea, evidentemente porque le estorba el que Jesús fuera
enterrado en un sitio perfectamente identificable y accesible. A tal
fin siembra dudas sin venir demasiado a cuento, insinúa la
posibilidad de que Jesús fuera enterrado en una fosa común, trata
de oponer los relatos evangélicos a lo que aparece en los Hechos de
los Apóstoles, pretendiendo que según este último libro, “Jesús
fue enterrado por las autoridades judías que “pidieron a Pilato
que le hiciera morir”, y luego “le bajaron del madero y le
pusieron en un sepulcro” (claro que Pagola omite, siempre las
omisiones, el importantísimo detalle de que el relato de los Hechos
NO dice que le enterraran las mismas autoridades judías y que además
es un relato muy genérico puesto en boca de Pablo, casi una primera
versión del “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue
crucificado, muerto y sepultado”, que recitamos en el Credo, no un
relato detallado de lo que pasó) y falsea los relatos evangélicos
al decir que según estos “no fueron sus discípulos quienes
enterraron a Jesús: todos habían huido a Galilea”, y digo
“falsea” porque 1) no dicen que huyeran a Galilea 2) no “todos”
habían huido porque Juan estaba al pie de la cruz (claro que Pagola
en el capítulo anterior negó toda historicidad a este detalle, por
supuesto sin dar ningún argumento). Al hablar de José de Arimatea
mete de contrabando más dudas, pero sin concretar, aunque como
admitiendo lo frágil de su posición, acepta que: “es posible que
las cosas sucedieran así”. También intenta mostrar
desesperadamente que los Evangelios se contradicen y que fueron
recargando poco a poco los hechos inventándose detalles nuevos
(invito a mi lector a que se lea los cuatro relatos evangélicos y
que decida si son contradictorios o complementarios).
Pagola
entonces recula un poco, admitiendo que en ocasiones se permitía que
los crucificados recibieran un entierro apropiado y nos muestra
varios ejemplos históricos y arqueológicos. Uno diría que esto
avala los textos evangélicos. Pero Pagola no lo ve así, sino que
una vez más lo niega todo pero sibilinamente : “Es difícil saber
lo que sucedió”. (lo que realmente quiere decir es: “no podemos
fiarnos de los relatos evangélicos”), añadiendo que : “No
sabemos si terminó en una fosa común como tantos ajusticiados o si
José de Arimatea pudo hacer algo para enterrarlo en algún sepulcro
de los alrededores”. Lo cierto es que no presenta argumento alguno
que demuestre que los textos evangélicos no dicen la verdad.
Simplemente se refugia tras la masa de “investigadores
contemporáneos”, según los cuales “Jesús no recibió los
cuidados fúnebres habituales”. ¿Por qué tanta duda? Porque
Pagola pretende negar (pero no abiertamente sino disimuladamente) el
hecho claramente establecido por los Evangelios de que Jesús fue
sepultado en un lugar bien identificable, para así librarse de una
posible objeción: que si las cosas hubieran ocurrido como Pagola
dice, los sanedritas hubieran podido desacreditar facilísimamente la
predicación indicando algo como esto: “bobadas, id adonde lo
enterraron y ved lo “resucitado” que está ese Jesús” .
Luego
Pagola suelta otra estocada más, negando que las mujeres encontraran
vacío el sepulcro. Pero al igual que en otros lugares de su libro no
lo niega abiertamente sino que se refugia tras lo que han dicho otros
autores . Y remacha: “¿está describiendo este relato lo que
realmente sucedió o es, más bien, una deducción nacida a partir de
la fe en la resurrección de Jesús, que está ya consolidada entre
sus seguidores”. Uno pensaría que lo primero, pero Pagola,
obviamente, no, como se ve de su siguiente frase: “¿es una
narración que recoge el recuerdo de lo que ocurrió o se trata de
una composición literaria que desea exponer de manera gráfica lo
que todos creen?”(quien me haya seguido hasta aquí deducirá que
la respuesta de Pagola es “lo segundo”, pero que no la da
abiertamente).
Pagola,
entonces, cita dos posibles objeciones: que el testimonio de las
mujeres no era válido (con lo que se vuelve inverosímil que se
creara esta historia para reforzar la fe en la resurrección,
entendida al modo pagoliano, claro está) y que difícilmente se
podía proclamar la resurrección en Jerusalén si se podía probar
que el cadáver de Jesús estaba en el sepulcro. Hago notar que
Pagola no responde a la primera objeción, en tanto que con la
segunda dice esto: “no sabemos exactamente cuándo se empezó a
anunciar la resurrección de Jesús en Jerusalén” (cosa que es
falsa: sí lo sabemos, cincuenta días después de la Pascua, en
Pentecostés, según narran los Hechos), y añade que: “no sabemos
si era posible acceder a su sepulcro” (pero si no se podía
acceder, ¿cómo pudieron haber llevado el cadáver hasta allí?). Y
se va por las ramas diciendo que: “es curioso que se pueda hablar
de la resurrección del Bautista sin necesidad de indicar que su
sepulcro está vacío”, como si los rumores sobre esa hipotética
resurrección del Bautista tuvieran algo que ver con la predicación
apostólica.
Después
de haber negado todo valor fáctico a los relatos del sepulcro vacío,
Pagola se lanza al ataque con decisión: “Una lectura atenta del
relato permite leerlo desde una perspectiva que va más allá de lo
puramente histórico”, algo que tiene un hedor gnóstico
insoportable (como si los hechos, lo material, estorbaran). Indica
que: “lo decisivo en la narración no es el sepulcro vacío, sino
la “revelación” que el enviado de Dios hace a las mujeres”,
frase asombrosa (si el sepulcro no está vacío, ¿qué sentido tiene
esa “revelación”, que se puede interpretar, además, de manera
subjetiva —todo sucedió en las mentes de las mujeres—, como se
deduce de las comillas, y de ahí interpretarse en un sentido
simbólico?). Después, Pagola vuelve a falsear los Evangelios
indicando extrañamente que: “El relato no parece escrito para
presentar el sepulcro vacío de Jesús como una prueba de su
resurrección” (se ve que para Pagola el “vio y creyó” que
leemos en el Evangelio de Juan no cuenta para nada, ni mucho menos el
“no está aquí, ha resucitado” que leemos en los Sinópticos). Y
remata la faena con esta profesión de gnosticismo: “solo quien
cree en la explicación que ofrece el enviado de Dios puede descubrir
el verdadero sentido del sepulcro vacío”, mostrando además una
empanada mental considerable (lo que realmente quiere decir Pagola
es: descubrir el verdadero sentido de la expresión “sepulcro
vacío”, que sería un sentido simbólico según la interpretación
pagoliana. Porque un sepulcro vacío es un sepulcro vacío, lo demás
son explicaciones de cómo un sepulcro antes lleno ahora está
vacío).
Después,
Pagola indica que el sepulcro vacío no es prueba irrefutable de la
resurrección (cosa cierta, pero sólo si se empieza aceptando que el
sepulcro está vacío, cosa que él no hace, llegando a admitir
incluso, como veremos, que el sepulcro NO quedó vacío), y tras
ofrecer diversas explicaciones alternativas, dictamina: “es
difícil, pues, llegar a una conclusión histórica irrefutable”.
Cosa que él sí hace: “el relato no hace sino exponer de manera
narrativa lo que la primera y segunda generación cristiana vienen ya
confesando”, como ya hemos anticipado en los párrafos anteriores.
Ni se plantea la posibilidad de que el relato hable de cosas que
pasaron realmente. Luego se contradice afirmando que: “las palabras
que se ponen en boca del ángel no hacen sino repetir, casi
literalmente, la predicación de los primeros discípulos”, cuando
antes había dicho que la tradición del sepulcro vacío es tardía,
eso por no hablar de que esa fórmula no aparece en Hechos. E
insiste diciendo: “Más que información histórica, lo que
encontramos en estos relatos es predicación de los primeros
cristianos sobre la resurrección de Jesús”, como si fueran cosas
contradictorias (¿una predicación no puede basarse en cosas que
pasaron realmente?) y remata el párrafo diciendo explícitamente lo
que ya he señalado: “no fue un sepulcro vacío lo que generó la
fe en Cristo resucitado, sino el “encuentro” que vivieron los
seguidores, que lo experimentaron lleno de vida”. Por supuesto,
para nuestro hombre esa “fe”, ese “encuentro” y ese
“experimentar” son todo cosas puramente subjetivas. Nada de “ver”
y “tocar”, “meter la mano en las llagas”, “comer con él”
y cosas parecidas. O dicho de otro modo: si no lo vieron ni oyeron
realmente, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “experimentar”?
Pagola no nos lo aclara. En vez de eso, Pagola intenta de nuevo
meterse en las cabezas de los autores evangélicos: “¿Por qué,
entonces, se escribió este relato?”. Uno pensaría que para contar
lo que pasó. Pero Pagola opta por fantasear un poco, como siempre,
refugiándose detrás de los “expertos”: “Algunos piensan que
ha nacido para explicar el origen de una celebración cristiana que
tenía lugar junto al sepulcro de Jesús”, ceremonia de la que no
encontramos la menor huella en la tradición (o al menos él nada
dice al respecto). Afortunadamente, Pagola admite que esa extraña
explicación: “no ha logrado una adhesión significativa en los
investigadores”. Siempre los investigadores, como si ellos tuvieran
la última palabra. Pero después, Pagola vuelve a arruinarlo todo
dando su hipótesis: “el relato nació en ambientes populares donde
se entendía la resurrección corporal de Jesús de manera material y
física, como continuidad de su cuerpo terreno”. Ese “el relato
nació en…” suena casi a “el relato se inventó en…”. Por
supuesto ni se le ocurre que el relato pueda reflejar recuerdos
reales, de cosas que ocurrieron de verdad. Porque si así fuera su
castillo de naipes de hipótesis caería por su propio peso. Luego
pretende contraponer esta teoría con esta otra: “Había quienes
atribuían al resucitado un cuerpo nuevo o transformado” (uno diría
que es exactamente lo que hacen los Evangelios y lo que, según la
última frase del Credo, tendremos cuando resucitemos, pero Pagola al
parecer no se da cuenta). Contradiciéndose, luego Pagola dice que
había “quienes hablaban de una resurrección espiritual sin
cuerpo” (antes ha dicho que una resurrección sin cuerpo era
“impensable”) . ¿Tiene alguna prueba de lo que dice? No: sólo
el sempiterno “consenso de los expertos”.
Pagola,
viendo que casi ha negado la resurrección, intenta esconderse otra
vez detrás de Pablo, indicando que para él “Jesús tiene un
“cuerpo glorioso”, pero esto no parece implicar necesariamente la
revivificación del cuerpo que tenía en el momento de morir”.
Esto ya es raro, y lo es aún más lo que dice luego: “Para él, la
resurrección de Jesús es una “novedad” radical, sea cual fuere
el destino de su cadáver”. Uno diría, leyendo las cartas paulinas
(sobre todo 1 Corintios, donde ataca a quienes niegan la
resurrección, que el destino del cadáver importa bastante a Pablo,
como cuando habla de la corrupción que se viste de incorrupción y
cosas parecidas). Y si bien es verdad que no habla del cuerpo de
Jesús, la relación que establece entre la resurrección del Señor
y la nuestra propia basta para refutar a Pagola. Pero, ¿ qué es
para Pagola un “cuerpo glorioso”? Pues es, como ya dijo antes y
como repetirá ahora, un cuerpo “en el que se recoge la integridad
de su vida histórica”. El problema es, para empezar, que un cuerpo
así nada tiene de glorioso, puesto que ni siquiera sería un cuerpo
real. Sería un “cuerpo” en sentido metafórico. Pagola no ha
negado abiertamente la resurrección corporal (y de rebote la nuestra
propia) pero la ha vaciado de contenido con sus juegos de manos
conceptuales. Véase también su frase: “Para esta transformación
radical no parece que el Creador necesite de la sustancia bioquímica
del despojo depositado en el sepulcro”. Esto suena casi a ortodoxo
(ciertamente la resurrección corporal no requiere la conservación
del cuerpo terreno), pero lo que Pagola quiere decir es: “el cuerpo
físico da igual”, algo que no es cristiano sino gnóstico (lo
material es inferior, es malo).
Visto
así, la conclusión de Pagola a nadie extrañe: “no ha de resultar
excesivamente escandaloso que bastantes autores modernos, incluso de
actitud moderada, piensen que es posible creer en la resurrección
real de Jesús con un “cuerpo glorioso”, sin que esto implique
necesariamente tener que afirmar que su sepulcro ha quedado vacío”.
Siempre los “autores”. A mí, y seguramente a mis lectores, esto
les parecerá que es negar la resurrección. Si el sepulcro no está
vacío, ¿cómo podemos hablar entonces de resurrección y mucho
menos de “resurrección real”? [La resurrección entendida en
sentido pagoliano nada tiene de real. Más bien es irreal]. Pagola
intenta contraponer su perspectiva a la de otros autores, para los
cuales: “la tumba de Jesús no estaba vacía, sino llena, y su
cadáver no se esfumó, sino que se descompuso”. Pero la verdad, a
tales autores al menos se les entiende. Además, ¿en qué se
diferencia no afirmar que el sepulcro ha quedado vacío y afirmar que
estaba lleno? Pagola no nos lo aclara. En vez de eso se va nuevamente
por las ramas, al “mensaje” del relato.
¿Y
qué mensaje es ése? Pagola lo tiene claro: “es un error buscar al
crucificado en un sepulcro; no está ahí; no pertenece al mundo de
los muertos “, cosa que es verdad, pero si su cuerpo no desapareció
del sepulcro, significa que no resucitó, por lo que SÍ pertenece al
mundo de los muertos. Pagola insiste: “Es una equivocación
rendirle homenajes de admiración y reconocimiento por su pasado. Ha
resucitado”, cosa que una vez más es cierta, pero es que Pagola ha
negado la Resurrección y para disimular ha redefinido el significado
de la palabra “resurrección”. Extrañamente, dice: “Está más
lleno de vida que nunca. Él sigue animando y guiando a sus
seguidores”, pero si el sepulcro no ha quedado vacío, ¿qué
quiere decir eso de “lleno de vida” ? ¿Y cómo puede “guiar a
sus seguidores” si el sepulcro no quedó vacío, las apariciones
son relatos simbólicos y todo es una experiencia subjetiva? Pagola
no nos lo dice sino que vuelve a sus obsesiones. En particular, ésta:
hay que “denunciar toda religión que vaya contra la felicidad de
las personas”, entendida tal felicidad en un sentido puramente
terreno, claro es. Poco importa, al parecer, que el Evangelio nada
diga de esto. Además, si de lo que se trata es de ser feliz al
precio que sea, de poco sirve ese Jesús (pues el mejor modo de ser
feliz aquí y ahora es no preocuparse por nada de lo que pasa a tu
alrededor, no meterse en líos y pasarlo bien). Y da su veredicto
final: “Con Jesús es posible un mundo diferente, más amable, más
digno y justo”. Vamos, que como nos descuidemos Jesús se hace
miembro del 15-M. Y poco importa que nada de esto se diga en los
Evangelios. Para este viaje no hacían falta alforjas. Resumiendo: lo
que quiere decirnos Pagola es: “poco importa que Jesús esté
muerto y enterrado, porque sigue vivo en nuestros corazones, no
podemos dejar que muera todo aquello que él representaba”. Pues lo
siento, pero esto NO es la resurrección.
Dicho
esto, los dos siguientes apartados, que se titulan “Dios le ha dado
la razón” y “Dios le ha hecho justicia” resultan absolutamente
prescindibles. En ellos no hay historia (fuera de las ficticias
descripciones de los orígenes de los relatos evangélicos), sólo
mala teología (que en esencia va en la misma dirección que en los
apartados anteriores) en la que rechaza todo lo que implique directa
o indirectamente que Jesús murió por nuestros pecados y procura
reinterpretar lo que dicen los textos neotestamentarios a la luz de
su peculiar visión de lo que Jesús dijo e hizo mientras caminó
sobre esta tierra. Su idea básica es ésta: por “Jesús ha
resucitado” debemos entender, no “Jesús ha vuelto a la vida,
derrotando a la muerte pues ya no volverá a morir jamás” sino
“Dios avala el mensaje de Jesús”, pero con un sobrentendido: el
mensaje de Jesús tal como él lo ve, no tal como lo entiende la
Iglesia. Sin necesidad de desgranar frase a frase estos dos espesos
apartados, me detendré en ésta: “La
conocida expresión “la causa de Jesús sigue”, con la que W.
Marxsen resume el contenido de la resurrección, es correcta”. Es
verdad que Pagola retrocede un poco, diciendo que sólo es correcta
“si se entiende que es Jesús mismo quien, resucitado, la inspira e
impulsa a lo largo de la historia”, pero: ¿cómo pudo hacer eso si
la resurrección no es algo real, físico y el sepulcro no quedó
vacío? Porque para “inspirar” e “impulsar” hay que estar
vivo. Y si es algo real, ¿a qué viene tanto andarse por las ramas?
A menos que esa “inspiración” se entienda en un sentido
puramente subjetivo (todo ocurre en la mente de los creyentes, Jesús
no interviene para nada), pero es que entonces no hay ninguna
diferencia que realmente importe entre esto y la interpretación de
Marxsen (que al menos se entiende).
Y
señalaré también el remate de este capítulo, que al menos dice
algo que es cierto: “Los primeros cristianos vieron en Jesús
crucificado la expresión más realista y extrema del amor
incondicional de Dios a la humanidad”, pero después de que Pagola
haya vaciado de contenido la Resurrección, negado el valor redentor
de la muerte de Cristo y eliminado el descenso a los infiernos, ¿qué
importancia tiene ya? Y evidentemente, su frase: “Solo el amor
increíble de Dios puede explicar lo ocurrido en la cruz” suena
casi a burla después de lo dicho anteriormente, porque menudo amor
éste, que pudiendo impedirlo deja que maten a Jesús. Contradicción
que Pagola no salva en ningún momento.
Próxima entrada: análisis de cómo Pagola destroza el relato de la Pasión para acomodarlo a sus tesis.